Fernando Trías de Bes
El libro negro del emprendedor
No digas que nunca te lo
advirtieron
Índice
Preliminar
¿A quién va dirigido este libro?
¿Qué tiene este libro que no
tengan otros?
¿Quién se ha creído el autor que
es?
Advertencia: ha cogido un ejemplar
defectuoso
Primera parte
¿Emprendedor o probador de
fortuna?
Primer asalto
Los lamentables motivos del
emprendedor
Los motivos para emprender que
son huidas hacia delante
Segundo asalto
Emprendedores y bomberos
Cómo saber si uno tiene madera de
emprendedor
Tercer asalto
Salvoconducto para viajar por
businesslandia
A falta de carácter emprendedor,
la condición que lo iguala
Segunda parte
Socios: créditos a largo plazo y
al 22 por ciento
Cuarto asalto
Antes solo que bien acompañado
Cuando de veras hacen falta
socios
Quinto asalto
¿Con quién se metería en un
submarino para dar la vuelta al mundo?
Cómo escoger y pactar con los
socios
Sexto asalto
Ni a dios lo que es de dios ni al
césar lo que es del césar
Cómo pactar con los socios
Séptimo asalto
Ejercicio de futurología
Por qué se peleará con sus socios
Tercera parte
Sobre esa gran idea que dijo que
usted tenía
Octavo asalto
Sólo un infeliz confía en su idea
feliz
La idea es lo de menos, lo
importante es la forma de la idea
Noveno asalto
Ningún novel ha ganado un nobel
La importancia de escoger un
sector en el que se tiene conocimiento
Décimo asalto
Los buenos bancos
Sobre la importancia de escoger
sectores en auge o rentables
Cuarta parte
No tener Nif en la cama de
matrimonio
Decimoprimer asalto
Nunca ponga los huevos en una
sola cesta
La importancia de diversificar al
máximo los ingresos familiares durante los primeros años
Decimosegundo asalto
Un equilibrista jamás será
emprendedor
La vida de emprendedor no es una
vida que permita equilibrar vida personal y profesional
Quinta parte
Emprender es fácil, lo difícil es
crecer
Decimotercer asalto
Las ventas nos esclavizan y los
beneficios nos realizan
Un negocio que no da beneficios
desde el principio no suele darlos más tarde
Decimocuarto asalto
Dios dijo hermanos, pero son
primos
La diferencia entre empresario y
emprendedor
Despedida
Resumen: los factores clave de
fracaso
Cuestionario estéril
¿A QUIÉN VA DIRIGIDO ESTE LIBRO?
Este libro es para toda persona
-sea cual sea su formación y experiencia- interesada en emprender un negocio,
de cualquier índole o tamaño. Desde un ejecutivo que se lanza a una aventura
empresarial de gran envergadura hasta un ama de casa que planea montar una
tienda de ropa. Es decir, este libro está destinado a cualquier persona emprendedora.
Suspicaces lectores interpretarán
en el párrafo anterior un desmedido interés por llegar al máximo de personas y,
así, seducirle a que compre este libro. De este modo el firmante obtiene el
máximo de ingresos en forma de derechos de autor. Su sospecha es legítima:
¿cómo puede un mismo texto sobre emprendedores ser útil a personas tan
distintas? La respuesta: porque cuando se trata de emprender, la experiencia
empresarial no garantiza el éxito. Los errores del emprendedor no suelen ser de
gestión, sino errores propiciados, paradójicamente, por la misma fuerza que
induce a emprender: la ilusión.
En efecto, la ilusión es el motor
del emprendedor, pero también su peor enemigo. La ilusión ciega incluso al más
experto director general. No estoy afirmando que la ilusión sea una fuente de
errores en sí misma, pero es un velo que, a menudo, impide ver la realidad tal
como es. Y, sin duda, la principal causa de los nuevos negocios que fracasan es
la falta de objetividad de quien los emprende, la incapacidad para asimilar la
realidad tal como es.
Adicionalmente, no es preciso ser
un licenciado en económicas o empresariales ni haber seguido un curso de
gestión empresarial, máster o posgrado para comprender este libro. Éste no es
un libro técnico, y lo que aquí se expone puede ser asimilado por cualquier
persona.
Así que me ratifico: «Para todos
los públicos»... que están pensando en emprender un negocio.
¿Qué tiene este libro que no
tengan otros?
Se han escrito multitud de libros
para emprendedores. Probablemente, en la misma estantería de donde tomó este
ejemplar hay expuestos varios títulos dirigidos a emprendedores. ¿En qué se
diferencia éste? ¿Por qué añadir un título más a un área donde ya se ha dicho
casi todo?
Por dos motivos.
Primero, porque este libro aborda
lo que no se dice en casi ninguno de ellos, por estar «mal visto».
En el momento de emprender un
negocio a nadie le gusta que le expliquen cómo reaccionar cuando su socio, que
dos meses atrás estaba como loco con la idea, le diga que no lo ve claro y, de
pronto, uno se queda solo ante el peligro. Tampoco a nadie le gusta que le
digan que su gran idea no es lo importante, o que su ilusión por emprender
responde en realidad al incontenible y universal deseo de darle una patada a su
jefe ahí donde acaba la espalda o que no tiene suficiente coraje para ser
emprendedor...
En su lugar, los manuales sobre
nuevos negocios se centran en cómo confeccionar presupuestos, en los aspectos
técnicos que hay que tener en cuenta (capital, inversiones, etc.); abordan
modalidades legales y formas jurídicas, las diferentes (pocas) ayudas públicas
y fuentes de financiación. Este libro no se adentrará en estos aspectos. No
porque no sean necesarios, sino porque ya están bien cubiertos y, lo más
importante, porque, bajo mi particular punto de vista, no son los causantes de
que los emprendedores fracasen.
Los negocios no suelen fracasar
por falta de competencias técnicas de sus emprendedores, sino debido a motivos
mucho más mundanos: problemas personales, desavenencias con los socios, falta
de sentido común, exceso de expectativas, miedos y/o nimios errores que, con el
tiempo, se convierten en verdaderos problemas que arrastran el negocio a su
inviabilidad.
Así pues, aquí va a abordarse lo
que no es habitual encontrar en manuales de empresa ni escuelas de negocios.
Como la película de Woody Allen:
todo lo que siempre quiso saber sobre emprender y nunca se atrevió a preguntar.
El segundo motivo tiene que ver
con el concepto de fracaso.
Un 90 por ciento de los
emprendedores fracasan antes de cuatro años. Algunas fuentes arrojan cifras más
lamentables, como 95 por ciento de fracasos antes de cinco años. En España se
disuelven cada año cerca de diez mil sociedades mercantiles, así que no podemos
esconder las verdades en lo que respecta a la aventura de emprender.
Un fracaso acarrea muchos
sufrimientos personales y familiares que pueden ahorrarse conociendo de
antemano cuáles son los principales motivos por los que fracasa un emprendedor.
Sin embargo, sorprende que la mayoría de libros para emprendedores se nutran de
las historias de éxito y de triunfadores del «mundo mundial»: que si Richard
Branson, que si el fundador de Ikea, que si los de YouTube...
He aquí una analogía imperfecta:
sabiendo por qué otros tienen éxito evitará usted su fracaso.
Mentira.
Para evitar que un emprendedor
fracase ha de saber por qué fracasaron aquellos a quienes no les fue bien.
Además, bajo mi punto de vista,
analizar un éxito no reviste tanto sentido como comprender un fracaso. Un éxito
es una oportunidad ya copada por otro, ¿por qué estudiarla entonces? Bueno, de
acuerdo, siempre se puede aprender alguna lección o llevarse a otro sector una
idea novedosa que un emprendedor aplicó en su área de actividad. Pero desde
hace siglos se sabe que «se aprende de los errores». Y no había (o yo no he
sabido encontrar) un libro sobre cuáles son las principales fuentes de fracaso
de un emprendedor. Igual que la literatura de gestión acuñó el término factores
clave de éxito, me propongo introducir el de factores clave de fracaso. ¿Y por
qué? Pues sencillamente porque para que los factores de éxito puedan tener
alguna oportunidad de ser aplicados, el terreno tiene que estar previamente
libre de factores de fracaso.
No tiene sentido ofrecer un buen
servicio de restaurantes en unas pistas de esquí si los remontes se averían a
menudo. Lo primero puede ser un factor clave de éxito, pero lo segundo es un
factor clave de fracaso.
He comprobado empíricamente la
necesidad de abordar este tema. Por curiosidad, he tecleado en Google «factores
clave de éxito» (así, entre comillas) y la búsqueda arroja 20,900 entradas.
Luego he tecleado «factores clave de fracaso» y el señor Google ha escupido
nada más y nada menos que... dos entradas. ¡Dos en toda la red!
Claro, cosas del idioma. La literatura
de negocios tiene su sede en la lengua de Shakespeare. Probemos en inglés. «Key
success factors» ofrece 636,000 entradas en Google y «key failure factors»
solamente 119. Vamos, que de cada 100 textos que, sea en inglés o en
castellano, han tratado factores explicativos de la actuación empresarial o
emprendedora, un 99.98 por ciento se han centrado en los de éxito y un 0.02 por
ciento en los de fracaso.
No entiendo nada. El 95 por
ciento de los emprendedores fracasan antes del quinto año y sólo el 0.02 por
ciento de los textos de empresa se dedican a analizar por qué. En cambio, venga
a insistir con los ganadores. ¿No es mucho más lógico dar a conocer las piedras
con las que tropiezan el 95 por ciento de los emprendedores que analizar a un 5
por ciento de hombres o mujeres de éxito?
Claro, quizá cada persona fracasa
por un motivo distinto y no existe una lista universal de factores de fracaso.
Me resisto a creerlo. Porque si hacemos honor a la condición humana, estaremos
de acuerdo en que el ser humano tropieza siempre con las mismas piedras. Por
tanto, saber cuáles son puede ayudar a muchísima gente.
Creo firmemente que seremos mucho
más útiles a los emprendedores ayudándoles a identificar primero lo esencial,
lo que no debe fallar. Solventado esto, cada emprendedor tiene ya la suficiente
capacidad e inteligencia para identificar sus propios factores de éxito.
Pero este libro es algo más. Reza
el subtítulo: «No digas que nunca te lo advirtieron».
Esto de emprender es un asunto
serio. No estamos hablando de montar la tienda de la Señorita Pepis o un puesto
de pulseras en una playa de Ibiza. Estamos hablando de emprender, de jugarse el
dinero propio, de arriesgar una carrera profesional, de comprometer la economía
familiar del emprendedor, a menudo, su propio patrimonio.
La Fundación Cultural Banespyme
de Banesto tiene como objetivo fomentar el espíritu emprendedor en España. Pero
igual que se habla de consumo responsable y de responsabilidad social
corporativa1, ahora que eso de ser responsable está tan en boga, también es
necesario fomentar el espíritu emprendedor de un modo responsable.
¿Qué quiero decir? Pues que
fomentar el espíritu emprendedor no sólo debe perseguir que haya más
emprendedores, también ha de asegurarse de que éstos lo sean de más calidad.
Animar a emprender a personas que no están preparadas no es fomentar el
espíritu emprendedor, es un ejercicio de irresponsabilidad. Por eso la
Fundación Cultural de Banesto ha querido dedicar recursos y tiempo a explorar
esta cuestión.
Es cierto. Emprender es demasiado
importante como para que no haya un libro que advierta de los lados más oscuros
del oficio de emprendedor.
He querido escribir un libro
realista. La verdad de lo que supone emprender. Una actividad que procura
muchas satisfacciones, pero también muchos dolores de cabeza y duros momentos.
Es bueno que el emprendedor sepa cuáles son, que tenga una idea aproximada de
lo que se va a encontrar.
No es mi intención desmotivar al
potencial emprendedor. Eso sería, sencillamente, sadismo. Pero una persona que,
tras la lectura de estas líneas, decida no seguir adelante era, con casi toda
probabilidad, un fracaso empresarial en potencia, la crónica de una muerte
anunciada. La ingenuidad es a veces buena, pero, en el caso de emprender, es
muy peligrosa. Así que cuanta más información y más realista, mejor.
Insisto: el propósito de este
libro no es desanimar al emprendedor, sino todo lo contrario: que el verdadero
emprendedor se reconozca a sí mismo y se lance a la aventura.
En resumen, este libro es su prueba
de fuego definitiva. Si al volver la última página aún quiere seguir adelante
con su idea, sin duda alguna es usted un emprendedor auténtico. Porque le
aseguro que voy a ponerle más palos en la rueda que en la entidad financiera
donde irá a pedir el crédito para su nuevo negocio.
De hecho, este libro va a ser
como un combate de boxeo. Le propongo el siguiente juego. Usted es uno de los
púgiles, el aspirante a emprendedor. Y supongamos que el libro es el campeón
del mundo de los pesos pesados, que defiende el título mundial. Vamos a
mantener un combate de 14 asaltos. El libro va a lanzar muchos derechazos a su
hígado y veremos si usted, querido lector o lectora, aspirante al título, va a
aguantarlos.
Por eso el libro está planteado
en 14 asaltos, organizados en cinco partes. Si al final de los 14 asaltos, aún
se sostiene usted en pie en el ring y manifiesta que quiere seguir adelante con
su idea de negocio, entonces el aspirante habrá derrotado al campeón. En tal
caso, le aseguro que es usted un emprendedor auténtico y que tiene muchos
puntos para mantener el título en su poder durante años y años.
Pero no me conformaré con sólo
dar puñetazos. Plantear un problema sin sugerir una solución es propio de una
mentalidad destructiva. Y este libro no lo es. He procurado aportar las
soluciones e ideas que permitan al emprendedor minimizar al máximo los factores
clave de fracaso que, fruto de mi investigación, experiencia y trabajo de
campo, he identificado.
¿QUIÉN SE HA CREÍDO EL AUTOR QUE
ES?
Ya se sabe que excusatio non
petita, accusatio manifestat (una excusa no solicitada manifiesta acusación).
No pretendo justificar mis competencias para acometer este breve ensayo. Si lo
escribo es porque me creo capacitado para ello. Pero pienso que un emprendedor
que va a arriesgar su carrera, tiempo y dinero en montar un negocio, tiene
derecho a valorar si esta fuente es, a la vista de sus necesidades,
suficientemente sólida.
Para escribir este libro me ha
servido relativamente poco mi licenciatura en ciencias empresariales, mi MBA y,
aún menos, mis 14 años como profesor en ESADE. No escribo este libro como
académico, sino desde mi vertiente de emprendedor.
Ni soy ni he sido un gran
empresario, pero sí un emprendedor. Abordaré este aspecto en el último asalto:
hay que distinguir entre emprendedor y empresario. En el momento en que mi
empresa adquirió cierta dimensión, decidí dejar de trabajar en ella y ponerla
en manos de un director general independiente. Digamos que me divierte más
crear que gestionar. Soy mucho más emprendedor que empresario.
Fundé mi empresa en 1996, con 28
años de edad. Llevaba seis años trabajando por cuenta ajena. Emprendí con un
socio, 100,000 pesetas de capital y muchas ilusiones. Durante los primeros seis
años reinvertí todo lo que la empresa generaba. Era un doble o nada continuo. Y
salió bien. Sin embargo, era joven, carecía de experiencia como emprendedor, y
cometí muchos errores. Pero pude, siempre con la ayuda de las personas con
quienes trabajé, superar en mayor o menor medida cada uno de ellos.
En el momento en que escribo
estas líneas, la consultoría de investigación de mercados que fundé tiene
oficinas en Barcelona y Madrid, da empleo a casi una cincuentena de personas y
ha trabajado para más de 100 corporaciones de casi todos los rincones del mundo.
Por tanto, mi experiencia de emprendedor se centra en el sector servicios de
una empresa que pasó de despacho profesional a pequeña empresa, de pequeña
empresa a mediana, y de mediana a grande dentro del sector servicios. Nunca
hubiese escrito este texto sin haber pasado por esos 10 años de aventura
empresarial.
Reitero que el párrafo anterior
tiene el único propósito de informar al lector que desconozca mi trayectoria
profesional en el mundo de la empresa. Congratularme de ello por escrito sería
un ejercicio de vanidad innecesario. Mis logros profesionales parecerán
fantásticos para algunos y nimios para otros. Los expongo sólo para aportar más
información al lector a la hora de ponderar lo que las próximas líneas
contienen.
Mi vertiente de emprendedor no ha
sido la única fuente de inspiración. También me he basado en las experiencias
de otros emprendedores que he tenido la ocasión de conocer: personas que
fundaron negocios y con quienes he compartido alegrías y penas, y con quienes
he podido contrastar criterios, decisiones y dudas.
También me ha servido mucho ver
de cerca bastantes casos de personas a punto de emprender un negocio. Nunca me
he dedicado al asesoramiento de emprendedores (ni me dedico a ello), pero,
sobre todo durante la última década, he atendido a decenas de conocidos o
familiares que me pidieron consejo antes de emprender sus negocios. En algunos
casos he podido seguir su evolución, lo que me ha ido dando cierta perspectiva
de sus aciertos y errores.
Mi método de trabajo para este
ensayo fue el siguiente. Primero me documenté cuanto pude sobre la materia.
Después, en función de mi experiencia y todo lo que había leído, enumeré una
primera relación de los que consideré FACTORES CLAVE DE FRACASO.
Con esta primera lista me
disponía a acometer el libro cuando, de pronto, me percaté de las consecuencias
de no ir un punto más allá. Muchas personas leerán este texto. Puedo estar
influyendo en sus vidas y en sus decisiones, y eso es una gran responsabilidad.
Decidí que estaba obligado a contrastar mis conclusiones. Fue por eso que entre
la Fundación Cultural Banesto y yo organizamos una ronda de entrevistas con
todo tipo de emprendedores.
La idea era que el programa
«Emprendedores» de la Escuela Banespyme abordase en su cuarta edición los
fracasos empresariales para ayudar a otros emprendedores a identificar dónde se
producen éstos. Así que parte de las entrevistas fueron grabadas y emitidas en
televisión durante este año 2007. Tanto estas entrevistas como las que realicé
por mi cuenta están reflejadas en las conclusiones de este libro.
Seleccionamos personas con
diversas características. Una, que tuviesen una experiencia mínima de 10 años
como emprendedores. Dos, que o bien hubieses experimentado un fracaso (es
decir, cerrar una empresa que crearon), o que hubiesen pasado por momentos
realmente críticos y que, por tanto, pudiesen explicar qué error les puso en
esa tesitura de la que finalmente pudieron salir y otros no salen nunca. En
tercer lugar, quisimos una muestra muy diversa. Entre las personas
entrevistadas hay desde un dentista hasta el propietario de una industria
química, pasando por emprendedores que montaron empresas de servicios
profesionales o cadenas de restauración.
Lo cierto es que el libro no
sería lo que es sin sus aportaciones. Esta fase final del proceso fue
fundamental y tuvo un significativo impacto en el resultado final del libro.
Las entrevistas tuvieron una triple utilidad. Primero, la de confirmar mis
hallazgos. Lo que consideré FACTORES CLAVE DE FRACASO fueron en su mayoría
confirmados por otros emprendedores. Segundo, los matices. En la vida los
matices son fundamentales. También lo fueron en esta investigación. Muchas de
mis conclusiones ganaban valor si aprendía a matizarlas de modo adecuado.
Tercero, para identificar dos FACTORES CLAVE DE FRACASO que no identifiqué en
la primera fase. En definitiva, confirmación de mis hipótesis, introducción de
matices y aportación de nuevas ideas.
Quisiera agradecer especialmente
las contribuciones de las entrevistas que me concedieron Juan José Nieto, Juan
Mateo, Felip Artalejo, José Aguirre, Armando Lerís, Víctor Arrese, Josep Lluis
Lloreda, Xavier Gabriel, Juan Eusebio Pujol, Josep Lagares, Ferran Soriano,
José María Ruiz Millet, Emilio Mayo y Ramón Rocasalbas. Ellos me dedicaron más
tiempo que nadie y es por eso que la mayoría de testimonios que he incluido son
suyos.
Reitero: el libro no sería el
mismo sin ellos y, lo más importante, probablemente no me sentiría tan cómodo
para influir sobre multitud de personas que van a emprender sin el espaldarazo
que estos emprendedores me dieron con sus opiniones.
También creo que soy la persona
adecuada para escribir este libro porque tengo la experiencia e ingenuidad
justa.
Ya se sabe que la ingenuidad
disminuye a medida que nos hacemos mayores y la experiencia, en cambio,
aumenta. En estos momentos tengo 39 años. Empecé a trabajar hace ya casi 17
años. Estoy en el punto donde la curva de ingenuidad (que decrece con el
tiempo) y la de experiencia (que aumenta) se cruzan. En ese punto de intersección,
tengo la experiencia suficiente para hablar de este asunto y estoy en un nivel
de ingenuidad que todavía me induce a pensar que alguien hará caso de lo que
aquí se expone.
Del mismo modo que un anciano no
da consejos a su nieto sobre asuntos que él habrá de descubrir por sí mismo, a
veces pienso que estos consejos no van a servir de nada porque son cosas que el
emprendedor debe ir descubriendo por sí solo.
Pero lo dicho, mi ingenuidad aún
me hace creer que alguien tendrá en cuenta este libro a la hora de emprender.
Y por si fuera así, quisiera
lanzarle una…
ADVERTENCIA: HA COGIDO UN
EJEMPLAR DEFECTUOSO
Desde un inicio voy a ser muy
sincero.
Ha adquirido (o está hojeando de
extranjis) un ejemplar defectuoso. No, no mire el encolado ni las cubiertas. Las
hojas están bien numeradas.
El defecto es otro.
No es seguro que todo cuanto aquí
se afirma sea cierto. De hecho, ya le anticipo que he dado de alta una página
en Internet donde la gente pueda votar y exponer su parecer a favor y en contra
de las afirmaciones que aquí realizo.2
Pero esto no es diferente a lo
que sucede con cualquier otro manual de economía o empresa. Las ciencias
económicas (¿ciencias?) y las ciencias empresariales (¿ciencias?) se
caracterizan por tener más excepciones que reglas.
Es cierto. El mundo de los
negocios está regido por una regla inquebrantable: no hay reglas válidas. No
hay recetas cerradas. Lo que en un caso sirve, en otro es inútil. Lo que sería
recomendable en una situación, en otra sería una aberración. Si yo afirmase que
las que aquí se ofrecen son verdades irrefutables, estaría atentando contra la
verdad (valga la redundancia).
Muchas personas retaron las
máximas de este libro, y sin embargo, tuvieron éxito. Ahora bien, ¿sabían que
estaban contraviniendo las reglas? Soy de los que creen que no hay mejor
estrategia que retar lo establecido… ¡pero sabiendo que uno va contra
corriente!
Xavier Gabriel, el fundador de la
administración de lotería de La Bruixa d’Or, que en el año 2006 facturó 102
millones de euros con cinco empleados y 100 metros cuadrados, dice que su
estrategia ha sido hacer siempre lo contrario de lo que la gente dice que hay
que hacer.
Estoy de acuerdo. Ser diferente
asegura tener una propuesta única. Pero una cosa es ser distinto desde el
desconocimiento, y otra, desde la audacia. Si uno conoce las reglas de juego,
podrá contravenirlas con mayores garantías de éxito.
Los buenos innovadores no actúan
a ciegas, y por eso no podemos hablar de inconsciencia, sino de creatividad
empresarial.
Del mismo modo, usted puede no
hacer caso de lo que aquí se recomienda y, aun así, tener éxito. Por eso estoy
convencido de que el carácter defectuoso de este libro ayudará a muchos
emprendedores: o les abrirá los ojos para modificar cuestiones que no habían
tenido en cuenta o se mantendrán en sus estrategias con mayor conocimiento de
causa.
Las cinco partes en las que se ha
estructurado este ensayo corresponden a las áreas que concentran la mayor parte
de factores que inducen al fracaso y que son: la naturaleza de la persona que
emprende, los socios, la idea de negocio, la situación familiar del emprendedor
y la gestión del crecimiento.
¡Gong!
Primer asalto.
PRIMERA PARTE
¿Emprendedor o probador de
fortuna?
PRIMER ASALTO
LOS LAMENTABLES MOTIVOS DEL
EMPRENDEDOR
Los motivos para emprender que
son huidas hacia delante
Lo siento, la idea no es un
motivo
Me gustaría comenzar por el
motivo por el cual se está usted planteando emprender un negocio. Responder a
esta pregunta no es sencillo porque requiere un ejercicio de honestidad importante
por su parte. La mayoría de emprendedores, cuando se les plantea esta cuestión,
acuden a una respuesta-salvavidas: la idea de negocio.
Quiero emprender porque he tenido
esta idea. O bien, este producto o esta idea de negocio es lo que me lleva a
emprender.
Esa respuesta no es válida. La
idea es el objeto del negocio, pero nunca un motivo válido. Imaginemos a una
persona que está pensando en hacerse escritor. Le preguntamos cuál es su
motivo. Y el futuro escritor nos responde: «Es que se me ha ocurrido un
argumento genial». ¿Qué pensaría usted? ¡Que no está ante un verdadero
escritor! Y también pensaría: « ¿Qué será de este escritor cuando haya acabado
con este argumento?»
Pensar que la idea o la
oportunidad detectada es el motivo que le induce a emprender es un autoengaño
flagrante y demasiado habitual. La idea es el vehículo de la actividad
emprendedora, pero nunca una motivación sólida y duradera.
Motivos lamentables
Pero la idea de negocio no es el
único motivo en el que muchos emprendedores que luego fracasan se han apoyado
para justificar su aventura empresarial. He aquí una lista de otros motivos,
los más habituales:
1. Estar en paro y tener que salir adelante.
2. Odiar al jefe.
3. Odiar la empresa.
4. No depender de ningún jefe (no soporta recibir órdenes).
5. Compatibilizar la vida personal y profesional.
6. Tener libertad de horario.
7. Gozar de potestad para decidir cuáles son los días de
vacaciones.
8. Ganar más dinero que trabajando por cuenta ajena.
9. Querer recuperar el patrimonio que perdió la familia.
10. Demostrar algo a los demás.
11. Demostrarse algo a uno mismo.
12. Demostrar algo a los padres.
13. Hacerse rico, dar un pelotazo.
14. Contribuir al desarrollo de la región.
15. Dedicarse a un tema que gusta y al cual no es posible
dedicarse si no es emprendiendo.
Bueno, no están todos los que
son. Pero la lista es bastante exhaustiva. Quizá usted se ha reconocido total o
parcialmente en alguno de esos motivos.
Todos éstos constituyen los que
denomino «lamentables motivos del emprendedor».
Los motivos del uno al siete de
la lista anterior son en realidad huidas hacia delante de una situación
personal o profesional que amarga y deprime a mucha gente, es el caso de
personas que anhelan un cambio de vida que no saben cómo acometer. Por eso los llamo
«lamentables». Porque es una pena que alguien se encuentre en tales
circunstancias. Lo lamento de veras si es su caso.
Pero también los motivos que van
del ocho al 15 son también lamentables. Quizá menos que los siete primeros,
pero igualmente cuestionables para caracterizar al auténtico emprendedor.
¿Por qué lamentables? Porque, y
esto que voy a decir es clave, el motivo que lleva a emprender guarda una
relación directa con las probabilidades de éxito. En otras palabras, un motivo
lamentable como los de la lista anterior suele ser un factor clave de fracaso.
Como me dijo Juan Mateo, «no
tiene sentido emprender debido al síndrome del domingo por la tarde». Juan José
Nieto lo expresó con mayor claridad: «Cuando son las circunstancias las que le
obligan, estamos ante un emprendedor carambola. Ahí se dan tremendas historias
de fracasos e ilusiones rotas. Pero, en fin, de todo se aprende... »
José Aguirre, uno de los
entrevistados, hoy un emprendedor de éxito, me explicó cómo él mismo, ¡una
misma persona!, obtuvo distintos resultados en función del motivo que le llevó
a emprender: «Es cierto que las huidas hacia delante son, en muchos casos,
augurios de un fracaso. Yo he emprendido por diversos motivos. En el caso de la
editorial que se me hundió, estaba en realidad, buscando una salida. En cambio,
en Bestiario, mi actual empresa, no huía de nada, sino que tenía una ilusión y
una visión que estaba por encima de cuál era mi situación laboral o personal».
Emprendedor carambola es una muy
acertada denominación. ¿Es usted un emprendedor carambola? Expresado de modo
distinto: ¿es usted un emprendedor de verdad o un probador de fortuna?
No me cuente otra vez lo de su
idea, no se aferre al salvavidas. Olvídese por un momento de la idea y piense,
a título personal, en la dimensión vital. ¿Qué le mueve realmente a emprender?
Un escritor no se convierte en tal porque tiene un argumento, sino porque desea
ser escritor. Pues lo mismo para el emprendedor.
¿Demasiadas excepciones?
Bien, dicho esto, ahora voy a
contradecirme para después aclarar mejor esta cuestión. Conozco muchos casos de
personas a las que las circunstancias les impelieron a montar un negocio y
después tuvieron un éxito apabullante. Concretamente, recuerdo el caso de un
director de oficina bancaria al que prejubilaron con 50 años. Como la
indemnización no iba a ser suficiente para lo que le quedaba de vida, se puso a
buscar trabajo de nuevo. Nadie quiso contratar a alguien con 50 años. Así que
montó una pequeña inmobiliaria. Hoy factura más de 15 millones de euros.
No es el único ejemplo. Una de
las personas a las que entrevisté tuvo un motivo absolutamente rompedor para
convertirse en emprendedor. Su familia había tenido una industria muy
importante y, debido a una crisis en el sector en la década de 1960, lo
perdieron todo. Para indemnizar a los 150 trabajadores de la fábrica, su padre
hubo de vender todo el patrimonio. Su hijo se propuso darle a su padre la
satisfacción de ver recuperados todos sus bienes. Éste fue su leitmotiv hasta
lograrlo. El último año de vida de su padre, este emprendedor lo empleó en
adquirir exactamente los mismos terrenos y pisos que su padre vendió para que,
antes de morir, viese restituido todo aquello que «había perdido».
¡Incluso en mi caso yo tuve un
motivo de los lamentables! Yo me hice emprendedor porque no me gustaba el
entorno de multinacional. Además, miré hacia arriba y comprobé que por encima
de mí, con más de 40 años, sólo estaba el director general. En aquel momento yo
tenía 27. Pensé que una carrera en una multinacional era insegura y por eso
emprendí un negocio. Pero me fue bien y, lo reconozco, mi motivo para montar
una empresa era uno de los «lamentables».
Y, como estos tres casos, muchos
más. Personas que, sin comerlo ni beberlo, se dieron cuenta de que no tenían
más remedio o salida que emprender y tuvieron un éxito formidable. Para cada
motivo lamentable, encontraremos no una, sino infinidad de personas a las que
les fueron bien las cosas.
¿Qué pasa entonces con eso de que
los motivos lamentables no proporcionan éxito? ¿Es o no es así?
El motivo es irrelevante mientras
haya motivación
Vayamos a la explicación. Porque
aquí el matiz es tremendamente importante.
Tenemos que distinguir entre dos
términos tan próximos en su fonética como distintos en su significado: motivo y
motivación. Un motivo es un detonante, es una causa. Por ejemplo, el detonante
de que el director de oficina bancaria montase su inmobiliaria fue el despido o
jubilación anticipada. Pero otra cosa es la motivación. Ésta hace referencia a
las ganas, a la ilusión, al deseo profundo de emprender. El motivo que provoca
su decisión no es importante mientras haya una ilusión real.
Felip Artalejo me dijo: «Creo que
la motivación (entendida como ilusión) es determinante para el buen progreso
del emprendedor. Sin ilusión sólo se conseguirá el éxito con mucha suerte
(estar en el momento adecuado en el sitio adecuado). Por ejemplo, es muy
posible que un emprendedor en el sector de la construcción en España
actualmente pueda conseguir el éxito, pero si no hay una fuerte ilusión detrás
no durará mucho tiempo».
Ferran Soriano es aún más
contundente: «Sólo hay un rasgo que caracteriza al emprendedor verdadero, que
es la voluntad e ilusión. El que lo hace por otros motivos, al no ser una
motivación auténtica, encontrará en el camino retos descomunales que no podrá
superar. Sólo puedes superarlos si lo que te mueve es ser emprendedor. Si te
mueven motivos colaterales, no lo vas a superar porque tus motivos no están en
la esencia de lo que significa ser emprendedor».
Para entendemos: ser despedido es
un motivo, pero no asegura motivación suficiente para emprender un negocio. Las
verdaderas motivaciones son: la ilusión y el deseo de emprender per se, como
modus vivendi.
Pongamos un símil: para explotar,
una bomba precisa de un detonador y de dinamita. El caso que nos ocupa es aquel
donde hay detonador y no hay dinamita; hay argumento, pero no escritor; hay
motivo, pero no motivación; hay causa que lleva a emprender un negocio, pero no
hay ilusión suficiente.
¿Por qué no se da cuenta de ello
el «falso emprendedor»? Pues porque el detonador se confunde con la dinamita.
La presencia de un motivo inhibe la toma de conciencia de cuán importante es la
motivación. Eso es lo más peligroso.
Los motivos son como un
espejismo: estoy en el paro, ergo, voy a emprender. Ya tengo justificación. ¿O
no es motivo suficiente no tener ingresos? O, por ejemplo, he conseguido una
exclusiva para España de un producto asiático. ¿O no es motivo suficiente haber
conseguido un producto en exclusiva?
Pues no, no es suficiente.
Repito: son motivos, pero no aseguran una motivación sólida y duradera, la del
auténtico y verdadero emprendedor. Igual que el hábito no hace al monje, el
motivo tampoco hace al emprendedor.
Bien, supongo que ahora ya habrá
identificado, en su caso, el motivo, el detonante que le lleva a emprender. En
casi todos los casos hay un detonante. Ninguna bomba explota si el detonador no
la enciende. Tener motivo para emprender no es ni bueno ni malo. Es
irrelevante.
Por tanto, en realidad es poco
importante cuál de los 15 motivos de la lista con que se iniciaba este asalto
es el suyo. Lo que de verdad importa es si hay dinamita. ¿Hay, en su caso
particular, una motivación suficientemente sólida? ¿Tiene usted verdadera
naturaleza de emprendedor? ¿Tiene madera para emprender?
Fin del primer asalto. Pasemos al
siguiente para responder estas cuestiones.
-RESUMEN-
La idea de negocio no es un
motivo. No la tenga en cuenta para tomar su decisión. Además de la idea,
cualquier otro motivo para emprender, entendido como detonante, es irrelevante.
Lo importante es la motivación, es decir, si está suficientemente ilusionado
con el hecho de emprender.
Primer FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
emprender con un motivo, pero sin una motivación.
SEGUNDO ASALTO
EMPRENDEDORES Y BOMBEROS
Cómo saber si uno tiene madera de
emprendedor
El falso emprendedor
Existen auténticos emprendedores
y falsos emprendedores. No me refiero a falsos en el sentido moral, en el
sentido de que pretenden engañar a alguien, sino en el sentido de que se están
engañando a sí mismos.
Vamos a ver dos estadios muy
básicos de falso emprendedor para después adentrarnos en la naturaleza del
verdadero emprendedor.
En el nivel más básico de falsos
emprendedores, se encuentran las personas que denomino «emprendedores NIF».
Para éstas, ir al notario y constituir una sociedad mercantil supone
convertirse en emprendedores. De hecho, uno de los síntomas de la persona que
en realidad no tiene un ápice de emprendedor es el habitual y pomposo
comentario de: «El día tal voy al notario», como si ir al notario le diese a
uno el carné de emprendedor.
Emprender no es dar de alta una
sociedad en el registro mercantil o independizarse de la empresa en la que uno
trabaja. Eso son sólo trámites administrativos o legales que permiten trabajar
por cuenta propia en lugar de por cuenta ajena. Está claro que un negocio debe
operar bajo un número de identificación fiscal y una forma legal determinada.
Son pasos necesarios para emprender, pero no es emprender.
Esta distinción puede parecer una
obviedad, pero no lo es. Se llevarían las manos a la cabeza si supieran la
cantidad de personas para quienes tener un NIF procura una increíble
tranquilidad y seguridad.
Ir al notario nos permite
fanfarronear en una cena de amigos de que acabamos de iniciar un negocio o de
que tenemos nuestra propia empresa, pero, de momento, lo único que hemos hecho
ha sido gastar dinero.
En un segundo estadio, tenemos
las personas que denomino «emprendedores idea feliz». Para éstos una idea de
negocio determinada, conseguir una franquicia, exportar o importar en exclusiva
una marca o producto determinado supone ya ser emprendedor. La idea se
convierte en su salvavidas, en la piedra filosofal que todo va a solucionado.
Veremos más sobre esto en la tercera parte.
Emprender no es dar de alta una
sociedad, no es montar una tienda, una agencia de publicidad o una empresa de
exportación. Emprender no es montar un negocio. Emprender no es siquiera un
modo de trabajo.
¿Qué es entonces emprender?
Emprender es una forma de enfrentarse
al mundo, es una manera de entender la vida con la que no todo el mundo se
siente a gusto. ¿Y cuál es esa forma de vida? Es aquella en la que la persona
disfruta con la incertidumbre y la inseguridad de qué pasará mañana. El
verdadero emprendedor es aquel a quien lo incierto procura un especial placer.
En cierta ocasión, esperando en
una sala para entrar a un plató de televisión donde iba a ser entrevistado a
propósito de uno de mis libros, tenía a mi lado a un miembro del Cuerpo de
Bomberos de Barcelona. Le pregunté por su profesión. ¿Por qué bombero?, quise
saber. Su respuesta fue rotunda. Me dijo: «Todo bombero no desea otra cosa en
la vida más que ser bombero. Va más allá de la vocación. Ser bombero te
proporciona una forma de vida que ninguna otra profesión te ofrece, la
posibilidad de arriesgarte en un escenario real. Esto no es teatro, no es un
parque de atracciones donde los riesgos son ficticios. Los riesgos que corremos
cada día son reales; un incendio, un escape de gas, un edificio que se ha
derrumbado... No puedes imaginarte lo que se siente, es adrenalina pura, es una
forma de vida que se convierte en una droga a la que no se puede renunciar».
El bombero no mencionó cuánto
cobraba ni cuántos días libraba. Me contó que había sido maestro de escuela y
que, sin embargo, desde pequeño había tenido (¡Y sentido!) la necesidad de ser
bombero. Mientras ejercía de maestro se preparó para las oposiciones a bombero,
y cuando las hubo aprobado, abandonó las aulas para ponerse el casco y apagar
fuegos. Y ahí estaba, a punto de entrar a un plató de televisión para explicar
su última aventura por las calles de Barcelona.
Pues igual que la persona con
vocación de bombero acaba siéndolo, el emprendedor con vocación, tarde o
temprano, también. No podrá evitarlo.
El bombero disfruta con la
incertidumbre y la experiencia del riesgo. He aquí la primera prueba de fuego
(¡nunca mejor dicho!) que deben pasar un bombero y un emprendedor. Si usted es
una persona que no disfruta con la incertidumbre, es que no es un emprendedor.
Es cierto que uno puede acostumbrarse a la incertidumbre y que ésta es a menudo
la causa de muchos dolores de cabeza de los emprendedores, pero otra cosa bien
distinta es saber que a uno le vencen la incertidumbre y el riesgo.
Hay gente que prefiere la
seguridad, la rutina o, sencillamente, que sea otro quien acarree con la
responsabilidad de unas nóminas. No es mejor ni peor. Es una opción
perfectamente válida. Pero esas personas, cuando montan un negocio, se
estrellan. Porque no se da la característica esencial que todo emprendedor debe
tener: el deseo de moverse en un entorno incierto.
La Asociación de Jóvenes
Emprendedores de Murcia me invitó una vez a dar una conferencia a sus
asociados. Una persona con quien compartí la clásica mesa redonda con que
suelen clausurarse estos eventos dio una definición de empresario que no puede
ser más acertada: «El empresario es la persona que se mueve en un mundo
incierto para que los que trabajan para él crean que ese mundo es seguro».
El mundo es, por definición,
incierto. Nadie puede asegurar nada, ni tan siquiera el presente. Pero no a
todo el mundo le gusta sentir eso en su piel todas las mañanas laborables (y no
laborables) de su vida.
Emprender es el acto de reducir
la incertidumbre en uno de los actos más antiguos de la humanidad: el
intercambio, el comercio.
Emprender es esa forma de vida y
de encarar el mundo: aceptar la incertidumbre como el principal de los
ingredientes. Aún más, de hecho, la verdadera y única causante de que la acción
emprendedora tenga sentido es la propia incertidumbre.
Jorge Wagensberg escribió: «La
felicidad requiere que el futuro sea incierto». Pues el emprendedor, aún lo
requiere más.
Un rasgo que caracteriza a los
auténticos emprendedores es que no contemplan la posibilidad del fracaso. No es
que estén ciegos o sean ilusos. Seguramente no lo son y sus dosis de realismo
son elevadas. Pero su ilusión puede más que todo ello. Me dijo Juan Mateo,
emocionado: «Cuando emprendes de verdad, el fracaso no lo contemplas. Todo empieza
con un sueño. Te imaginas un escenario que te emociona lo suficiente como para
dejarte la vida por conseguido. Es como cuando te casas. En principio es para
toda la vida. Tiene un punto de locura, de inconsciencia. El fracaso no entra
en los planes, ni tan siquiera se considera».
No pierda el tiempo. Si ahora ya
sabe que nunca va a ser capaz de adaptarse a esa incertidumbre, plantéese si
llevar a término el negocio que le ronda por la cabeza. No piense en su idea,
analice si le apetece que esa idea sea la que traiga la incertidumbre a su
vida.
Emprender por el placer de
emprender
Recuerdo otra conversación con un
emprendedor nato que tiene más de siete negocios, da empleo a varios cientos de
personas y factura más de 100 millones de euros anuales. Le pregunté si siempre
había querido ser emprendedor. Me respondió así: «No, de pequeño quería ser
médico. Pero cuando lo soñaba, no me imaginaba a mí mismo con la bata blanca
curando gente, sino que imaginaba que era el fundador y propietario de siete
hospitales con más de mil médicos en plantilla...»
Asistimos con este testimonio a
la segunda característica del emprendedor. Emprender se convierte en un medio y
en un fin al mismo tiempo. Es parecido a lo que sucede con la creatividad.
Cuando un científico o un artista
intentan crear algo nuevo, su campo de acción, su disciplina o especialidad es
instrumento y fin. Un escritor que desea crear un nuevo estilo literario hace
de la literatura una herramienta y una meta a la vez. Asistimos a la denominada
motivación intrínseca de las cosas. Bajo esa motivación, cualquier estimación
de riesgo es estéril. Sencillamente, se desea lo que se hace y punto.
Es un deseo que nace dentro de
uno y que no goza de mayor explicación. En este segundo caso, no hace falta que
uno se plantee si se sentirá a gusto en la incertidumbre porque, como la
persona de la que di su testimonio, lo único que desea es consolidar los siete
hospitales. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. Tiene el mismo sentido que pintar el
Guernika o escribir Cien años de soledad. Como dijo Paul Auster en su discurso
de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras tratando de
explicar en qué consistía escribir: «¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer
una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la
siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa. Esa
necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano
fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene? Ninguno que se me
ocurra... »
Puede pensarse que el emprendedor
quiere ganar dinero, hacerse millonario, quiere dejar su impronta en el mundo,
quiere ser alguien, quiere crear empleo, crear riqueza en su región y un largo
etcétera de motivaciones que justifiquen la utilidad de su acción emprendedora.
Puede haber algo de todo ello, pero el verdadero emprendedor va más allá de
todo eso. La realidad es que él, como Auster afirma en el caso del creador
literario, no puede hacer otra cosa.
Carlos Barrabés, creador junto a
su hermano José Cristóbal de la web líder de venta de material de escalada y de
alta montaña comenta en uno de los programas emitidos en TVE2 por la Escuela
Banespyme: «Un emprendedor se reconoce a si mismo porque tiene un vacío
interior. Esto no quiere decir que no sea feliz. Posiblemente sea feliz. Pero
tiene un vacío interior, realmente profundo, que llenar. Y la única manera que
tiene de llenar ese vacío interior es crean do conceptos. Y no muchas cosas
más. Con eso ya sabe si es un emprendedor o no».
Recomiendo escuchar este
testimonio en directo en www.banespyme.org3. Porque una cosa es leerlo y otra
oírlo con la voz quebrada y emocionada de un emprendedor.
Fijémonos que el concepto del que
habla Carlos Barrabés no es muy distinto al de vacío interior que mueve al
artista a crear. Hay mucha concomitancia entre los motivos del emprendedor y
los del creador a los que se refería Paul Auster.
De hecho, varios de los
entrevistados me aseguraron que reconocían al verdadero emprendedor porque «al
ganador se le adivina en la mirada. Lo ves en los ojos, en cómo te mira cuando
te habla del negocio que va a montar. Y cuando fracasa, lo vuelve a intentar».
Otro me dijo: «Reconozco al
verdadero emprendedor porque cuando me explica su proyecto y le pregunto
"¿Lo tienes claro?" Me responde que no hay nada que desee hacer más».
La ilusión, motor y combustible
al mismo tiempo
Tanto el que soñaba con sus siete
hospitales como el que amaba la incertidumbre deseaban más que nada en este
mundo ser empresario y bombero, respectivamente. Uno deseaba el riesgo y el
otro la posibilidad de crear algo grande.
Ambos testimonios contienen la
esencia de lo que significa ser emprendedor.
El amor a la incertidumbre y el
placer por la propia actividad emprendedora proporcionan tanto el motor como el
combustible que mueve al emprendedor: la ilusión.
Si en algo han coincidido las
decenas de testimonios con los que he contado para la elaboración de este
libro, ha sido en este punto. El emprendedor saca su energía de un combustible
llamado ILUSIÓN. Para emprender, como hemos avanzado en el anterior asalto, hay
que tener una ilusión enorme, descomunal, infinita.
He aquí varios testimonios
suficientemente elocuentes:
«Un emprendedor no se hace en una
escuela de negocios. Nunca. Emprender es un acto emocional».
«Creo que ser emprendedor no es
cuestión de conocimientos sino de carácter, y en estos casos, como antiguamente
se decía, "A quien Dios no da, Salamanca no presta"».
«El verdadero emprendedor no
necesita motivos externos. Lo hace para sí mismo, tiene que ver con su
carácter».
Hemos hablado ya de la ilusión en
el anterior asalto. Es lo que diferencia al verdadero del falso emprendedor. Es
más, cuando se acaba la ilusión, es habitual que muchos negocios se vengan
abajo.
Más allá de su motivo, cuya
irrelevancia ya he puesto de manifiesto, la naturaleza del emprendedor, que le
impele a disfrutar del propio acto de emprender y de la incertidumbre que
conlleva, es su verdadero motor. La naturaleza del emprendedor genera en él una
ilusión tan infinita como inagotable.
Fuera de ésta cualquier otra
motivación da como resultado a un tendero, a un tenedor de acciones o a un
propietario de una empresa. Pero no a un emprendedor con todas sus letras.
Si no es su caso, tampoco hay que
arrojar la toalla. Queda una opción: no tener naturaleza de emprendedor, pero
poseer un salvoconducto para ello. A ello me refiero en el siguiente asalto.
-RESUMEN-
Emprender no es una acción
puntual, no es un lance de juego. Emprender es una forma de vida. El verdadero
emprendedor necesita y abraza la incertidumbre. Si la incertidumbre le vence,
piénseselo. El auténtico emprendedor disfruta emprendiendo, el acto de
emprender es un medio y un objetivo al mismo tiempo.
La persona con carácter
emprendedor es aquella que ama la incertidumbre y el propio acto de emprender.
Segundo FACTOR de CLAVE DE
FRACASO: no tener carácter emprendedor.
TERCER ASALTO
SALVOCONDUCTO PARA VIAJAR POR
BUSINESSLANDIA
A falta de carácter emprendedor,
la condición que lo iguala
Espíritu luchador para las
adversidades
Me gustaría ahora matizar lo
expresado en el asalto anterior.
Yo puedo no tener las aptitudes
para ser pintor, pero sí una sensibilidad artística que me permita hacer buenos
cuadros. Yo puedo no tener naturaleza de deportista, pero aun así ganarme la
vida con ello. Si exigiésemos a todo médico, deportista, ingeniero, abogado,
etc., que tuviese las características fundamentales que se requieren para su
profesión sobrarían la mitad de los médicos, deportistas, ingenieros, abogados,
etc., que hay en el mundo.
En el caso de emprender hay una
faceta personal que permite a cualquier persona sin madera de emprendedor ser
capaz de sobrevivir y triunfar en casi cualquier aventura empresarial. Se trata
de la capacidad de sobreponerse a las dificultades, de afrontar reveses.
Llámele capacidad de sufrimiento, espíritu luchador, tenacidad...
Xavier Gabriel me explicó:
«Cuando hice la serie de televisión, filmada en el Amazonas, tardé tres años en
colocada y venderla a diversas televisiones de tres continentes. Todo es
constancia, tenacidad y perseverancia para un buen producto, para algo que tú
fueses el primero en comprar sin dudarlo».
Partamos de la premisa de que
rara vez, por no decir nunca, lo que logramos es lo que habíamos planificado.
Oí decir una vez al reputado economista y buen amigo Xavier Sala-i-Martín que
no hay nada más inútil que hacer planes. Volveré sobre esto en la quinta parte,
pero lo que quiero resaltar ahora es que, tanto si sale todo mejor de lo
previsto como si sale peor, los resultados de nuestra acción emprendedora nunca
van a cuadrar con nuestras previsiones, con nuestros planes. Y en uno y otro
caso, habrá problemas.
Cuando las cosas van peor de lo
previsto, está claro cuáles son los problemas. Pero incluso cuando van mejor
surgen nuevos problemas y retos que hay que afrontar y para los cuales tampoco
estábamos preparados. De pronto hace falta más dinero, más inversión, más
recursos... Conocida es la frase «morir de éxito».
O sea que tanto por exceso como
por defecto la realidad no es nunca la que esperábamos encontrar.
Pero además de la diferencia
entre realidad y expectativas, en la aventura de emprender surgen muchos otros
imprevistos.
Por ejemplo, cuando monté mi
empresa, dependíamos en gran medida de un cliente potencial que prometió
convocarnos a concurso cuando tuviese proyectos que llevar a cabo. Construimos
nuestro plan de negocio basándonos en esa oportunidad. De ese cliente dependía
el 70 por ciento de la facturación prevista para el primer año. Surgió un
proyecto en Lisboa y fuimos convocados. Para optar al concurso tuvimos que
invertir una cantidad bastante fuerte de dinero, de hecho, más del 50 por
ciento del capital del que disponíamos.
Nos presentamos y perdimos el
concurso.
En aquel momento pudimos haber
claudicado. Nuestro plan de negocio se sustentaba en aquel cliente potencial
que quedó, en parte, defraudado por nuestra propuesta.
Eso es un imprevisto. Yo no me
considero una persona con excesiva atracción por la incertidumbre y/o deseo por
el propio acto de emprender. Pero creo que tengo un salvoconducto. Es decir,
tengo espíritu luchador, no me rindo fácilmente. Esto se traduce en capacidad
de examinar mis errores, aprender qué hago mal cuando me equivoco (sin
fustigarme), corregido y poner ante mí nueva munición e ilusiones renovadas.
Las personas luchadoras se
reconocen también porque son altamente competitivas. En deporte o en
competiciones no les gusta perder. Es más, no les gusta perder ni al parchís,
donde el resultado de la partida tanto depende de los dados.
La misma tarde en que nos
comunicaron que habíamos perdido el proyecto le propuse a mi socio que
trabajásemos durante dos semanas en cómo construir propuestas ganadoras,
diferenciadas del resto. Nuestro error fue confiar demasiado en nuestras
posibilidades. Éramos nuevos en el sector y nadie iba a contratamos si no
demostrábamos que sabíamos hacer las cosas mejor que nuestros competidores
incluso en el modo de elaborar un presupuesto y enfocar una propuesta de
colaboración. Adicionalmente, decidimos no presentamos a ningún otro concurso
de aquel cliente tan importante hasta no haber ganado otros más pequeños de
clientes con menor entidad.
Así lo hicimos. Y salió bien. Dos
años después ganamos el primer concurso para ese cliente que antes nos había
rechazado. Han pasado 10 años y mi empresa aún trabaja para ellos.
Éste es sólo un ejemplo. Pero los
emprendedores con experiencia saben que, como este imprevisto, los haya
patadas, y mucho peores: pérdida del principal proveedor, del principal
cliente, de una exclusiva de importación, hundimiento del sector y un largo
etcétera.
Ningún emprendedor ha dejado de
cometer un gran error
Entre todos estos problemas, está
el gran error. Que nadie olvide esto. No hay emprendedor o profesional que no
haya cometido un gran error en su vida. Otra cosa es que lo reconozca o quiera
explicarlo en público.
En una mesa redonda organizada
por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) que llevaba por título
«Innovation by example», David Costa, entonces socio director de la oficina de
Barcelona, explicó cómo Everis (anteriormente DMR Consulting) fracasó en el
proyecto más importante que ganó en su etapa de crecimiento. Era un proyecto
para el Deutsche Bank que suponía unos honorarios de 900 millones de las
antiguas pesetas. En aquel momento, DMR facturaba 1,200 millones de pesetas.
Puede uno imaginar lo que significaba aquel encargo. La empresa no estuvo a la
altura de las expectativas de su cliente. ¿Saben cuál fue la decisión de DMR
después de varios años de trabajo? Devolver el dinero a su cliente y reconocer
su error. Repito: devolvieron 900 millones de las antiguas pesetas.
Bien, esto es muy fácil de decir,
pero en aquel momento podía haber supuesto el cierre de una empresa de varios
cientos de trabajadores, de una empresa con un prometedor futuro. El final de esta
historia es feliz. DMR, hoy Everis, sobrevivió a aquel error, sus directivos
aprendieron que no debían aceptar encargos para los cuales no estaban todavía
dimensionados y salieron adelante.
Pero debieron sufrir. ¡Caramba si
debieron sufrir!
Sólo se puede confiar en las
personas, instituciones o empresas que asumen la responsabilidad de sus
errores. Esto que parece tan fácil es más inusual que un eclipse completo de
sol. De veras que vivir con un error a cuestas o con haber sido pillado en
falta es duro. Pero un emprendedor con salvoconducto sabe asumirlo y aprende de
las adversidades. En lugar de deprimirse y enviarlo todo a hacer gárgaras,
piensa, corrige y actúa.
Cuando lo que toca es redefinir
De todas las fuentes de
imprevistos tal vez sea ésta la fundamental. Cuando uno plantea un nuevo
negocio, encontrará que su idea tendrá que ser ajustada, adaptada, parcialmente
modificada, o incluso, como en el caso anterior, redefinida. Surge entonces una
sensación: ¡es que yo no quería un negocio así! El salvoconducto exige
supeditarse a lo que el negocio debe ser o es más conveniente que sea, aunque
no sea lo que nos gusta.
El emprendedor podrá toparse con
problemas, pero jamás podrán quitarle el afán de salir adelante. El
salvoconducto que, sin ser un emprendedor total, habilita para emprender porque
arroja parejos resultados consiste en no derrumbarse, en no rendirse, en
cambiar lo que haya que cambiar cuando las cosas no son como preveíamos que
iban a ser.
Si además tenemos en cuenta que
jamás (¡jamás!) las cosas son como prevemos, eso significa que la capacidad de
enfrentarse a las situaciones desconocidas, imprevistas y no deseadas
condiciona absolutamente la supervivencia.
Recuerde que no fracasan las
ideas, fracasan las personas. Recuerde que no fracasan los negocios, sino que
son las ilusiones las que se dejan vencer por la falta de cintura, imaginación
y flexibilidad para afrontar imprevistos.
Recuerdo que, con 28 años, un par
de meses antes de emprender mi empresa, en un vuelo entablé conversación con el
pasajero que se sentó a mi lado. Era un emprendedor con muchos años de
experiencia. Le expliqué que iba a iniciar un negocio en breve, pero que a
veces dudaba sobre si yo era una persona adecuada para emprender. Me escuchó en
silencio, miró por la ventanilla del avión, y luego me soltó una sola frase que
a menudo mi socio me recuerda: «Para ser emprendedor, sobre todo hay que ser un
gran fajador».
¿De qué depende tener o no
salvoconducto?
En este punto, el lector puede
preguntarse de qué depende que una persona sea así de tenaz y luchadora y, en
cambio, otra no lo sea. No está documentado, pero depende, sobre todo, del
entorno en el cual uno ha nacido y crecido, donde ha sido educado.
«La inquietud y las ganas de
aprender, el afán de superación crean el carácter curtido y forjado.»
Es cierto que hay emprendedores
que lo son genéticamente. Es algo inexplicable, son personas con un afán
emprendedor que reside en su propia naturaleza. Pero esto no es lo habitual. El
emprendedor normal se hace gracias al entorno personal o profesional en el que
se ha desarrollado como persona. Suelen ser gente cuyas circunstancias o
educación han sido muy difíciles, tanto por haber tenido una mala relación con
sus padres, sus amigos o sus maestros, como por haber crecido en un entorno de
carestía o dificultades económicas y, por ejemplo, haber tenido que pagarse los
estudios trabajando. Las personas luchadoras son las que están habituadas a la
adversidad y a la frustración, y han desarrollado por ello una capacidad brutal
de resistencia; están entrenadas para resistir y resistir. Son personas
optimistas, que no se amilanan fácilmente ante las dificultades.
Ferran Soriano me dijo: «El
emprendedor nace y se hace. En cualquier caso, es muy importante la educación
familiar. Una persona cuyos familiares sean pequeños empresarios o tenderos
tendrá más propensión a ser emprendedor que el hijo del presidente de una
multinacional, puesto que el primero se habrá educado en la filosofía de que
para ganarse la vida hay que depender de uno mismo, de su trabajo, de que no
hay nada garantizado».
Pero ¿qué ocurre si éste no es
nuestro caso, si no nos hemos desarrollado en un entorno así?
En ese caso, lo que hay que hacer
es fomentar la capacidad de aguante y el espíritu de sacrificio. No es preciso hacerlo
en el ámbito empresarial. Podemos proponemos un objetivo intelectual, como
aprender un idioma, adquirir destreza en una disciplina, dominar un deporte,
practicar algún tipo de ejercicio físico. Proponemos la realización de un plan
y, mediante disciplina y esfuerzo, lograr unos objetivos. Así se experimenta la
capacidad de sufrimiento y, lo más importante, se comprueba la infinita
satisfacción que procura alcanzar los resultados que uno se propone.
Analice si es usted una persona
con capacidad de sufrimiento. En caso contrario, rodéese de personas que posean
esa capacidad porque es quizá aún más importante que tener madera de
emprendedor.
Un FACTOR de CLAVE DE FRACASO es
no disponer de esta cualidad. Una cualidad que en algunos es natural, pero que
también puede desarrollarse. Y que es necesaria. No está cuantificado, pero
creo que no ando muy errado al afirmar que el fracaso del 50 por ciento de
emprendedores se debe a la falta de espíritu luchador.
Hay gente a la que le cansa
vivir; a la persona con salvoconducto, no.
-RESUMEN-
Los resultados que se obtienen
nunca coinciden, para bien o para mal, con las expectativas. Eso siempre genera
problemas. El camino del emprendedor está lleno de imprevistos y errores. Esto
puede obligarle en ocasiones a redefinir radicalmente el negocio, con todo lo
que ello conlleva.
Ser una persona que no se rinde
permite superar todo esto y más. Ser luchador constituye un salvoconducto para
las personas que no tienen madera de emprendedor. Puede que usted no tenga
carácter emprendedor, pero puede suplir esta carencia con espíritu de
sacrificio.
El espíritu luchador suele ser
consecuencia de unas circunstancias y una educación determinadas. Pero si no se
tiene, puede desarrollarse. Ponerse retos intelectuales o físicos es un buen
entrenamiento para aumentar la capacidad de sufrimiento.
Tercer FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
no ser un luchador.
SEGUNDA PARTE
Socios: créditos a largo plazo y
al 22 por ciento
CUARTO ASALTO
ANTES SOLO QUE BIEN ACOMPAÑADO
Cuando de veras hacen falta socios
Socios: el recurso más caro de
todos
Vamos con uno de los asuntos más
controvertidos de este libro: los socios. ¡Ojo! No me refiero a los socios
capitalistas que poseen acciones, que comparten la propiedad de una empresa,
pero no trabajan en ella. Me estoy refiriendo a los socios que van a compartir
capital y trabajo. Estamos hablando de emprendedores, no de inversores. Es
decir, de personas que van a poner dinero para emprender juntos, a la vez que
van a poner todo o parte de su tiempo de jornada laboral en ese proyecto. El
contenido de este asalto se refiere a socios entendidos como personas con las
que no sólo invertiremos, sino que también trabajaremos.
Vaya por delante este dato. Los
emprendedores noveles tienden a iniciar su negocio con otros socios en un
porcentaje mucho más elevado que cuando se trata de una segunda o tercera
iniciativa empresarial.
¿Por qué será?
«Cuando emprendes sueles ser
joven, y los jóvenes cometen muchos errores. El error es inherente al ser
humano, pero si eres joven aún más. La juventud también te da cierta
inseguridad y en ese aspecto eres vulnerable a asociarte con otras personas,
con más socios te sientes más seguro.»
¡Ay! ¡El maravilloso mundo de los
socios!
Antes de asociarse con nadie,
responda a la siguiente pregunta: «¿Por qué se asocia?» Sé que, en este punto,
si ya ha invitado a varias personas a subirse a su barco, se sentirá incómodo
y, atendiendo al inapelable efecto de la denominada disonancia cognitiva, a
partir de ahora va a negar lo que viene a continuación. Bueno, no lo negará.
Hará algo más sutil. Se dirá a sí mismo: «Ya, pero éste no es mi caso. Yo
necesito a mis socios».
Voy a poner el dedo en la llaga.
El motivo principal por el cual el emprendedor novel se asocia es éste: miedo.
Miedo a emprender, miedo a que
las cosas vayan mal, a no tener en quién apoyarse, miedo a no ser capaz de
hacerlo todo, miedo a cometer errores, miedo, en definitiva, a estar solo.
Los emprendedores inexpertos
buscan compañeros de viaje más por el miedo, la aversión al riesgo y el querer
sentirse acompañados que por verdadera necesidad.
Armando Lerís, otro entrevistado,
también lo ve así: «Es mejor emprender solo si puedes aguantar la presión. Como
dice mi refrán: "Mejor solo que bien acompañado". La ventaja de ir
solo es la velocidad y el no tener que soportar socios sin valor añadido. Lo
que pasa es que hay pocos empresarios natos e ir acompañado resta el miedo de
las decisiones. La gente prefiere llorar junta que reír separada».
Existen verdaderos promiscuos en
esto de invitar a socios a meterse con ellos en la cama. Es preciso preguntarse
si los socios a los que se está dando entrada son en verdad necesarios o
sencillamente se trata del amigo del amigo que siempre estaba presente cuando
se hablaba del proyecto, que había aportado algunas sugerencias, y, ¡claro, no
se le va a dejar de lado! Hay personas que por el mero hecho de compartir la
idea y de recibir algunas aportaciones interesantes ya sienten la obligación de
invitar a uno más a la fiesta.
Déjese de historias y malos sentimientos,
de invitar porque sí a gente que ni lo merece ni le interesa su vida
emprendedora, personas que, en realidad, están buscando si pueden ganar más
dinero del que ganan, gente cuyo interés en la idea que en un momento dado les
explicó usted parte en realidad de alguno de los que en el asalto primero llamé
lamentables motivos del emprendedor.
Pero, claro, en los primeros
compases, cuando sólo hay una idea sobre la mesa, da la sensación de que
cualquier recurso añadido, cualquier sugerencia, cualquier contribución,
cualquier cabeza pensante que ¡además! le ve potencial a nuestra idea, no puede
ser excluida del proceso. O, cuando menos, hay que tenerla en cuenta.
¡Nada de eso!
Vamos a hablar de recursos.
Porque, lo siento, voy a ser muy directo: un socio es un recurso más. Y como
tal debe considerarlo el emprendedor. Ese recurso tiene dos salvedades: una,
que es el más caro de todos los recursos (¡se remunera con acciones!). Y dos:
es un recurso que puede llegar a tener la capacidad de paralizar nuestra
actividad. Es un crédito a muy largo plazo y al 22 por ciento, a un tipo de
interés tan abusivo como descomunal.
Hablemos, pues, de recursos:
Si está pensando en tener socios
porque necesita dinero, hable con un banco.
Si está pensando en tener socios
porque solo no puede con todo, emplee un trabajador.
Si está pensando en tener socios
porque hay un área que no domina, subcontrate ese servicio.
Si está pensando en tener socios
porque necesita comentar ciertas cosas, contrate un coach.
Si está pensando en tener socios
porque tiene miedo, haga deporte.
Un socio es un asunto muy, muy
serio. Hay una confusión tremenda por parte del emprendedor novel a la hora de
considerar los recursos de los que dispone. Para que los recursos salgan
baratos, se suele invitar a socios.
El crédito cuesta intereses. El
trabajador cuesta su sueldo y las cargas sociales asociadas. La contratación de
servicios supone costosos honorarios. En cambio, el socio... ¡es gratis!
¿Verdad?
¡Mentira! El socio es el más caro
de todos los recursos porque se remunera con los frutos que su actividad
emprendedora sea capaz de dar. Y si usted es una persona que tiene el don, la
capacidad, el empuje, la tenacidad, la audacia... -llámele como quiera- de
crear y mantener un negocio, no se le ocurra compartido con nadie. No por
egoísmo, sino porque en el futuro estará pagando muy caro un momento de
flaqueza acontecido varios años atrás cuando aún tenía que descubrir y,
probablemente, creerse lo que usted era capaz de hacer.
La soledad del mando
Hable con emprendedores de mucha
experiencia. Verá cómo, en la intimidad, reconocen que es mucho mejor estar
solo. No me refiero a que la compañía no sea buena, sino a que todo lo que,
desde un punto de vista psicológico, un socio pueda aportarle, lo obtendrá hablando
con otros emprendedores o con sus propios colaboradores, si se trata de
problemas del día a día.
En todas las entrevistas que he
llevado a cabo he encontrado un consenso completo y arrollador en pocas cosas.
Una, ya lo he dicho antes, es la importancia de la ilusión como motor de todo.
Pero la segunda es que, ante la pregunta de si solo o con socios, el 95 por
ciento de todas las personas entrevistadas respondió: ¡solo!
Algunos testimonios:
«Claramente, es mejor emprender
solo. Porque a medio y largo plazo los objetivos de las personas son, por
definición, divergentes. Cambia la vida, cambian las circunstancias. Como
mucho, socios capitalistas y, aun así, entendiendo muy bien qué es lo que
esperan.»
«Buscar un socio es compartir el
riesgo y la aventura. Te da cierta seguridad. Aunque, personalmente, creo que
es mejor emprender solo que con un socio.»
«Cada vez soy más reacio a tener
socios, nunca los he tenido y quizá un día me equivocaré y los tendré, pero de
momento no me lo planteo.»
Para quien aún dude de esto: «En
el caso de la editorial fracasé por la idea. Pero en el caso de la empresa de
servicios educativos, fracasé por los socios. No tuve el valor para dar un
puñetazo en la mesa porque no estaba definida la estructura de poder. En tales
casos es mejor cortar y volver a empezar; sencillamente, te has equivocado».
Se han establecido muchos
paralelismos entre el mundo de la empresa y el de la guerra. Los términos
estrategia, objetivos, tácticas, recursos, costes, eficiencia y un largo
etcétera provienen del campo militar. Yo fui oficial del ejército español al
realizar mi servicio militar como alférez. Y hubo un capítulo de las casposas
ordenanzas cuyo título jamás olvidaré: «La soledad del mando». Y es
rigurosamente cierto. Mandar, dirigir, ordenar, llevar las riendas... supone
soledad.
Uno ha de tener la mayoría.
Alguien debe tener el poder y la autoridad. Las empresas donde manda más de uno
no funcionan. Porque cuando hay problemas alguien debe tener el mando y decir
la última palabra en relación con lo que hay que hacer. Es necesario dejar muy
claro quién es el líder, quién es el que manda. En la manada no todos pueden
mandar. Sólo puede hacerlo uno.
Hoy en día, a diferencia del
pasado, uno de los factores más importantes en el mundo empresarial es la
velocidad en la toma de decisiones. Esa velocidad es difícil de imprimir cuando
hay que consultar con socios cualquier decisión. Decidir solo permite decidir
rápido. En el siglo XXI esto es una ventaja competitiva incuestionable.
Y sin miramientos: «Hubo un
momento que la empresa familiar era de mis hermanos y mía. Pero no era
eficiente. Había demasiados condicionantes. Les ofrecí a mis hermanos comprar
sus acciones para poder actuar con libertad».
Y es que en esto de emprender hay
una particular visión de las cosas que no puede ser compartida con nadie. Es
una mezcla entre intuición y visión de negocio. Algo parecido a lo que sucede
con los espigones de piedras con los que se hacen rompeolas artificiales. Los
ingenieros no han encontrado explicación alguna para comprender por qué el mar
se traga algunos espigones y otros no. En su novela Travesuras de la niña mala,
Mario Vargas Llosa crea un personaje fabuloso, una especie de chamán de los
rompeolas que, mirando al mar, adivina dónde una obra faraónica como es un
espigón permanecerá para siempre y dónde no.
Sucede algo parecido con el
emprender. Su visión particular de las cosas no puede ser racionalizada. Pero
es la suya y es la que debe prevalecer por encima de todo. No todo emprendedor
es un chamán que intuye dónde los espigones no serán engullidos por las olas,
pero los emprendedores verdaderos le dan un gran valor a su intuición en la
toma de decisiones. Y las intuiciones, por definición, son individuales y no
colectivas.
Asóciese si -y solo si- no le
queda más remedio. Es decir: si no consigue el capital que de recursos
-trabajadores, proveedores, tipos que hacen coach y gimnasios donde hacer precisa
en el banco. Porque del resto footing- hay a patadas.
El buen emprendedor sabe que
mejor solo que bien acompañado.
¿Hay situaciones en que sea
recomendable asociarse?
Dicho esto, es cierto que hay
situaciones en las cuales un socio capitalista puede ser necesario. Porque
existen proyectos en los que un banco no va a confiar y, en cambio, una
sociedad capital riesgo o un business angel sí va a hacerla. Proyectos de
empresa que cuestan bastante más dinero del que uno dispone. En dicho caso,
reconozco que un socio capitalista es la única de las opciones. Insisto: socio
capitalista.
Socios sólo si los necesita y,
además, capitalistas. Nunca socios para desempeñar trabajo. Socio capitalista,
pero trabajando juntos es difícil, por no decir imposible.
La única situación que justifica
contar con un socio es que exista alguna carencia que usted no pueda cubrir por
sí mismo o subcontratando a alguien. Por ejemplo, como veremos en el asalto
dedicado a la elección del sector de actividad, quizá necesite a alguien que
conozca muy bien el sector de actividad donde va a emprender y en el que usted
no tiene experiencia alguna. O puede que el proyecto sea muy complejo y la
concurrencia de varios puntos de vista resulte necesaria para su buena
consecución.
Y si usted no se reconoce con
madera de emprendedor y, además, no tiene ese carácter luchador que constituye
el salvoconducto universal, entonces sí, busque socios que tengan esas
características. En los momentos duros, que siempre llegan, le ayudarán a
mantener el tipo. Y el buscar socios no desmerece su valía. Hay personas que
tienen la facultad de saber rodearse de la gente apropiada. Y eso es también
una cualidad.
Finalmente, hay una situación en
la cual es bueno tener socios. Se trata del caso en que el emprendedor, debido
a una enfermedad o a su edad, requiere que alguien gobierne el barco durante
una ausencia temporal o definitiva. Es cierto que un socio puede cubrirte ante
una eventualidad imprevista relacionada con la salud. Es rigurosamente cierto.
Pero en tales situaciones, cuando llegan, normalmente hay tiempo de buscar a
alguien. Es decir, recurrir a un socio por si acaso me pasa algo, es actuar con
precipitación.
En el caso de un emprendedor de
edad avanzada, ésta es una preocupación más lógica. A partir de cierta edad, al
emprendedor le preocupa la continuidad de su negocio. Entonces, o vende o busca
socios.
Siento no ofrecer muchas más
situaciones porque no las hay.
-RESUMEN-
La mayoría de las veces la gente
se asocia por miedo; otras veces, como medio de conseguir recursos que, a corto
plazo, salen gratis, pero que a largo plazo son los más caros de todos. Emprender
implica cierta soledad, pero esa soledad le dará velocidad y libertad para
imponer sus decisiones e intuición. Asóciese sólo cuando requiera algo que no
pueda conseguir de otro modo. Y, preferentemente, cuente sólo con socios
capitalistas; no se asocie para compartir trabajo.
Cuarto FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
contar con socios cuando en realidad puede prescindir de ellos.
QUINTO ASALTO
¿CON QUIÉN SE METERÍA EN UN
SUBMARINO PARA DAR LA VUELTA AL MUNDO?
Cómo escoger y pactar con los
socios
Los valores por encima de todo
A pesar de la recomendación del
asalto anterior, sé que la inmensa mayoría la ignorará y se asociará con
alguien. No pasa nada, yo también lo hice y la verdad es que me fue muy bien.
Pero reconozco que tuve mucha suerte porque, como en el matrimonio, no sabes en
realidad con quién te has casado hasta al cabo de un tiempo.
Por ello dedico este asalto a
cómo escoger la persona con quién asociarse, a explicar los criterios
fundamentales para que su asociación sea un factor que sume y no uno que reste.
Escoger socios es muy parecido a
seleccionar a las personas con quienes dar la vuelta al mundo en un submarino.
En un submarino el espacio es pequeño, y se acaban conociendo las intimidades
de los compañeros, incluso las más escatológicas, se viven muchos momentos
agobiantes, situaciones en las que parece que no hay salida, situaciones
críticas donde hay que tomar decisiones desagradables...
En el caso de emprender es muy
parecido8. De sus socios va a conocer todas sus miserias, así que tienen que ser
personas que compartan algo fundamental: su misma escala de valores.
Es mucho mejor un socio mediocre
cuyos principios estén bien alineados con los suyos que un tipo brillante sin
escrúpulos. Busque personas que tengan principios morales y éticos similares a
los suyos, personas con su misma escala de valores. ¿Y cómo se sabe? ¡Pues no
hablando de negocios! Pregúntele qué espera de la vida, cuán a menudo ve a sus
hijos, qué cosas del mundo son las que le preocupan, qué cree de las personas
del sexo contrario, cuáles son las cosas con las que sueña, las que detesta...
Entérese de cómo es esa persona.
No se asocie con alguien que no
conozca bien. Esta primera condición es la única excluyente de las que voy a
exponer. Ignore todo lo que una persona pueda aportarle si cree que no comparte
o no le gustan sus valores. Una relación estable con socios requiere
responsabilidad, generosidad y confianza. Rodéese de personas «sanas» y
honestas, que compartan sus mismos valores ante la vida.
En mi trabajo de campo me llevé
aquí una sorpresa. Una solicitud que formulé a todos los emprendedores fue que
me hiciesen un ranking de los criterios, ordenados de mayor a menor
importancia, que emplearían para determinar con quién se asociarían y con quién
no. Reconozco que no me lo esperaba: la honestidad apareció casi en todos los
casos como el primer criterio. Había pensado que sólo yo le daba tanta
importancia. Pero no. De nuevo, consenso. Honestidad por encima de capacidades
técnicas o intelectuales. Por encima de cualquier otra consideración.
Segundo, complementariedad
Una vez comprobados los valores,
es fundamental que su futuro socio no sea una persona demasiado parecida a
usted en otra dimensión: el carácter. Meta usted a dos personas con mentalidad
de líder en un cohete en una expedición a la luna y verá qué sucede. Se ha
comprobado que las empresas de dos socios que han prosperado estaban compuestas
por personas de caracteres distintos, pero complementarios. Por ejemplo: uno
analítico, cerebral, tranquilo y metódico; y otro visceral, audaz, nervioso y
creativo.
La NASA, cuando conforma un
equipo de astronautas para una misión determinada, analiza las estructuras de
personalidad de los tipos que va a meter en ese «submarino» que vuela y que se
llama cohete. Saben que el éxito de la misión depende no tanto de las
capacidades técnicas de sus miembros como de la afinidad y complementariedad de
las estructuras de personalidad que ponen en órbita.
Como muestra, un botón: el equipo
de guionistas y productores del programa de televisión y reality show Gran
Hermano (bazofia intelectual y voyeurismo de pantalla) sabe que la cantidad de
broncas, sangre y gritos en la casa (léase, audiencia) es directamente
proporcional a la similitud de estructuras de personalidad de las personas que encierran
en la casa. Si, además, rayan en lo patológico, tanto mejor. No hay nada más
bestia que meter a varios narcisistas juntos.
Para que una asociación funcione
ha de haber diversidad de talentos. No hay que asociarse con amigos porque te
hace ilusión. Si no hay diversidad de talentos, no sólo no se suma sino que se
resta, y se acaban deteriorando las relaciones personales.
No es ninguna tontería. Una vez
me vinieron a ver tres amigos que iban a montar una imprenta, y los tres, hasta
el momento, sólo habían trabajado en el departamento comercial. Ninguno sabía
nada sobre la parte técnica ni sobre la parte logística. Sí, ya sé que he dicho
antes que eso se puede cubrir con empleados, y eso era lo que iban a hacer.
Pero mi sugerencia fue que, puestos a ser tres socios no capitalistas (la
imprenta iba a ser adquirida con un leasing), ¿no era mejor que uno fuese
experto en comprar, otro en imprimir y un tercero en vender?
Se lo expresé así en aquella
reunión. Fue desagradable, lo reconozco. Los tres se miraron a los ojos y se
sintieron mal. Sabían que estaban juntos porque lo habían hablado, pero en
realidad ninguno era para los otros el socio que precisaban.
Finalmente, aporte real de valor
Una vez conseguido alguien con
quien coincide en la escala de valores y es complementario con su carácter,
sólo queda asegurarse de que no sea un «patata». No se ría. Hay inútiles con
una capacidad asombrosa para disimulado y futuros emprendedores, necesitados de
socios, con una capacidad asombrosa para no querer darse cuenta.
Hay que escoger a alguien que nos
aporte valor, porque más valor implica más conocimientos, más trabajo y mejores
ideas. La persona con la que se asocie debe ser alguien cuya opinión le merezca
respeto. Que sea una autoridad para usted, que tenga un peso específico.
Uno de los entrevistados me dijo:
«El socio no debe ser nunca inferior, ya que entonces sólo se tiene como halago
personal».
No deja de ser paradójico que si
todo el mundo aplicase este criterio nadie se asociaría, porque si, por
definición, una persona y otra están en diferentes niveles y los dos saben que
sólo conviene asociarse con alguien más preparado, uno de los dos, el que se
sabe por encima del otro, buscará otra persona que sepa más..., pero cuando la
encuentre será rechazado, pues él será entonces quien esté a un nivel más bajo.
En fin, que si encuentra como socio a alguien más capaz que usted, jamás
desvele este criterio hasta no llevar juntos algunos años de andadura...
En general, una misma ambición
En cualquier caso, conseguidos los
anteriores tres criterios, que son los esenciales para escoger un socio, hay
que pactar muy claramente cuál es la ambición, el objetivo que se persigue al
emprender.
¿Cuánto quieren facturar? ¿Cuánto
quieren llegar a ganar? ¿Cuántos empleados quieren llegar a tener? ¿Se trata de
emprender para luego vender el negocio? ¿Hasta dónde quieren llegar?
«Si lo que buscan los socios es
distinto [a lo que buscas tú], es muy probable que ante cualquier dilema o
dificultad que se presente, haya visiones muy distintas sobre cómo afrontados y
se produzcan fricciones o rupturas.»
Si a la hora de emprender solo es
fundamental pensar qué es lo que se quiere, en el caso de emprender con socios,
es aún mucho más importante. Hay que definir qué es lo que se quiere. Hay que estar
seguros de que nuestros objetivos sean también los de nuestros compañeros de
viaje.
-Resumen-
Los criterios más importantes
para escoger socios son, por este orden: honradez y valores alineados con los
suyos (esta primera condición es excluyente); en segunda instancia,
complementariedad con su carácter y sus competencias; que sean personas que
realmente aporten valor. Es fundamental hablar y explicar cuál es la ambición
que se persigue con el proyecto y que esta ambición esté plenamente compartida
sin ningún tipo de duda.
Quinto FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
escoger socios sin definir criterios de elección relevantes.
SEXTO ASALTO
NI A DIOS LO QUE ES DE DIOS NI AL
CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR
Cómo pactar con los socios
El primer pacto de todos: cómo
vamos a separarnos
Muchas parejas norteamericanas y
adineradas, cuando se casan, deciden el sistema de reparto de bienes por el que
se va a regir su matrimonio. No es demasiado importante mientras estén casados,
pues lo compartirán todo, pero sí lo es en el caso de que se separen. Cuando
eso suceda, ya estará acordado cómo se va a despedazar el pastel.
Es mejor pactar cómo nos vamos a
pelear cuando aún somos amigos.
De acuerdo, me creo que necesita
a sus socios. Ahora bien, ¿cree que son socios para toda la vida?, ¿cree que
con 65 años aún estará asociado con esas personas?
No. Por fin coincidimos. Por
tanto, si algún día van a separarse, hay que ponerse a pensar cómo proceder
cuando eso ocurra. Y el mejor momento para hacerla es ahora, que no tienen nada
que perder.
Téngase en cuenta que las formas
de ruptura entre socios son variadas. Desde la separación amistosa,
parlamentada, acordada y hecha con sentido común, hasta la separación dolorosa,
en la que se pierde dinero y clientes, con cabreo incluido y abogados de por
medio. Y no hablo sólo de asociaciones empresariales, sino también de las
profesionales: consultas médicas privadas, abogados, ingenierías, gestorías
administrativas, etc.
Tengo un amigo que trabaja en una
empresa especializada en proveer equipamientos de clínicas dentales -sillón
ergonómico, brazo mecánico, iluminación especial y el resto de costosos
aparatos precisos para ejercer la odontología-, que me dijo en cierta ocasión:
«Cada vez que instalamos una clínica de más de tres socios, sabemos que, en
menos de cuatro años, aquella consulta se disolverá en dos o tres diferentes. Y
volveremos a facturar de nuevo, ahora en tres consultas. No falla. Los
dentistas acaban separándose y, muchas veces, con un mal rollo increíble».
A continuación, un pecado real,
pero me guardo el pecador: «En mi caso, me encontré con que mi socio trabajaba
una décima parte de lo que yo lo hacía. Para hablar claro: era un vago. Tuve
que sacármelo de encima y en aquel momento se podía haber fastidiado todo
porque el negocio constaba ya de varios locales. Nos partimos activos:
propiedades, marca, gente... Logré hacerme con los activos que yo quise, y eso
fue lo que salvó el negocio. Pero estuve a punto de no lograrlo. Tuve que hacer
dos paquetes y ofrecerle el que yo quería. Mi socio pensó que el otro paquete
era mejor y que estaba intentando engañarle. Así que se quedó el que yo en
realidad quería desechar».
Vamos, que como me dijeron una
vez: «Hay gente que prefiere quedarse tuerto si puede dejarte ciego».
Por tanto, hay que pactar ahora
cómo van ustedes a separarse. Sé que es horroroso mirar a los ojos a la persona
con la que en este momento comparte tantas esperanzas e ilusiones y decirle:
«Verás, me gustaría hablar ahora de qué haremos el día que uno de los dos lo
deje», pero es necesario. Porque en caso contrario, el día en que eso ocurra,
al socio o los socios que se apeen del barco les dará igual si éste se hunde
cuando ellos ya hayan saltado. Lo que querrán es llevarse el máximo de víveres
para sobrevivir hasta llegar a la siguiente isla. La salida de un socio puede
acarrear la desaparición de la empresa. No necesariamente porque fuese un fuera
de serie, sino porque, según lo que pida ¡legítimamente!, puede hundir a sus
otrora compañeros de andanzas.
No es algo difícil. Los pactos
más básicos que hay que hacer son: la antelación con la que hay que comunicar
el deseo de abandono; si el socio que se va podrá conservar o no sus acciones
(puede pactarse que la tenencia de acciones esté supeditada a trabajar en la
empresa); en caso afirmativo, el método que se va a emplear para valorar sus
acciones10, y, finalmente, cuándo y cómo se le van a hacer efectivas.
Si ha habido aportaciones no
dinerarias (un local, una marca, un método de trabajo o know-how, una patente,
una cartera de clientes, etc.), aspecto de cuya remuneración trataré en el
próximo asalto, debe también pactarse esto.
Una de las discusiones más
frecuentes cuando dos socios se separan es el reparto de los clientes.
Anteriormente los clientes eran de la empresa, pero ahora, de pronto, a los
clientes les sale dueño:
-¡Éste es mío!
-¿Cómo que es tuyo? ¡Pero si lo
traje yo!
-¡Sí, eso, lo trajiste tú, pero
el único que lo ha gestionado he sido yo!
Por tanto, aunque a uno le entre
complejo de fariseo, hay que poner todo esto sobre la mesa y hablarlo antes de
empezar. Es cierto que, a medida que se avance, será preciso modificar alguno
de estos pactos. No pasa nada, veremos más tarde cómo se acometen estos
cambios. Pero eso no exime de la obligación de tener un acuerdo ahora de cómo y
bajo qué condiciones se sale del submarino en el que uno se metió para dar la
vuelta al mundo.
Cuando pacte todo eso, se dará
cuenta de que el resto de pactos, el único en el que todo el mundo se centra
cuando se asocia - «cómo nos asociamos»- cae por su propio peso. Si es usted
capaz de definir la mejor forma de separarse, sabrá automáticamente especificar
cuál es la mejor forma de asociarse para el negocio concreto que quiere
emprender.
Está todo inventado
Una vez pactado lo anterior, es
preciso hablar de cómo se remuneran las aportaciones iniciales y consecutivas
de cada una de las partes.
Soy una persona que defiende la
creatividad por encima de todo, pero para remunerar de forma justa y equitativa
recomiendo no ser demasiado creativo o innovador. ¿Por qué? Pues porque en esta
área se ha probado de todo y, de veras, las fórmulas que han perdurado, lo han
hecho porque son las que funcionan.
La gente tiende a hacer unos
inventos increíbles. Los errores más habituales son dos.
Uno, es el «error D'Artagnan».
Todos somos iguales, todos para uno y uno para todos. Pues no. Si es usted
emprendedor, es que cree en las reglas del libre mercado y en la competencia.
Por lo tanto, no diseñe un sistema comunista en el marco de un sistema de libre
mercado donde lo que se prima es el esfuerzo individual.
Típico: «Verás, la idea es de
Carmen, pero ella seguirá en su trabajo de momento, porque está separada, tiene
un hijo y no puede permitirse quedarse sin sueldo. Yo, que mi mujer está en el
ayuntamiento y al ser funcionaria tiene mayor seguridad, seré quien deje el
empleo y dedique a la empresa toda la jornada. Después está José, que pone el
local donde nos vamos a instalar. Y, finalmente, Francisco, que nos pasa dos
clientes potenciales. Estamos todos muy unidos, nos entendemos muy bien.
Emprendemos con un 25 por ciento cada uno, a partes iguales».
¿Verdad que no pagaría lo mismo a
un trabajador que realiza el doble de trabajo que otro? ¿O a uno que tiene el
doble de competencias y responsabilidades que otro? Pues no haga lo mismo con
sus socios. En la vida, la diferencia es un grado y un activo. Reconocer la
diferencia es fundamental. Esto de todos a medias es un error como la copa de
un pino.
El segundo error más frecuente es
el de mezclar los conceptos que definen lo que cada persona aporta. Leche,
cacao, avellanas y azúcar. .. ¡Nocilla! Pues no. La leche tiene un precio, el
cacao tiene otro, las avellanas otro y el azúcar uno muy distinto. Cada cosa
vale lo que vale, y para que la Nocilla tenga un precio final justo, habrá que
pagar cada ingrediente según su verdadero valor.
En el ejemplo anterior no vale lo
mismo la idea, el local o el tiempo de trabajo. Aunque todo sirva para hacer la
misma Nocilla, no por ello han de tener el mismo valor. Hay una tendencia
descomunal a darle al César lo que no es suyo y negarle a Dios lo que le
pertenece. Y el motivo es, de nuevo, el quedar bien. Nos vamos de excursión al
Himalaya todos de la manita, con chirucas y entonando canciones de
excursionistas.
A cada cosa su correspondiente
valor. Se ha de valorar cualquier aportación. En este sentido, está todo
inventado. No hay que hacer cosas raras.
Dinero
Las aportaciones dinerarias se
valoran en acciones. Y éstas se remuneran con beneficios, cuando los haya. No
recomiendo la opción de dejar dinero a la empresa. Es bastante absurdo, porque
si la empresa lo va a poder devolver es que tendrá beneficios, así que mejor
tener ese dinero depositado como capital. No sólo le dará más réditos, también
más peso en el accionariado, que se traducirá en un mayor control cuando se
vota para la toma de decisiones.
Activos
Cuando me refiero a un activo, me
refiero a cualquier cosa de valor. No solamente máquinas, material informático,
locales o género, sino también a métodos, productos, patentes que se van a
explotar, exclusivas, incluso una marca registrada, aunque jamás haya operado y
nadie la conozca. Todo tiene un valor. Alto o bajo, pero tiene un valor.
Cualquier otro activo se paga por
su precio justo. Lo mejor es que la empresa lo adquiera. Pero si de momento no
se dispone del dinero, hay tres opciones. Una, dejado pendiente de cobro, como
un crédito que uno de los socios concede a la empresa. Si hay beneficios, antes
de repartidos es obligatorio saldar esa deuda, y si nunca los hay, el socio
perderá ese activo en caso de que no sea recuperable. La segunda opción es
valorar los activos que uno entrega y que su precio se le dé en acciones. La
tercera opción es arrendar ese activo a la empresa, que abonará cada mes un
alquiler. En este caso el socio actúa como un tercero.
Pongamos un ejemplo. Yo tengo un
local y lo quiero aportar al negocio. Si ese local lo valoramos en 100,000
euros y otros dos socios ponen 100,000 euros cada uno, usted tiene la
posibilidad de no soltar un duro y tener un 33 por ciento del capital poniendo
el local a nombre de la empresa. La segunda opción es, independientemente del
dinero que ponga, vender el local a la empresa de la que es usted emprendedor
por un importe de 100,000 euros a pagar en fecha tal. Si el negocio va bien,
pues le pagarán el local más adelante, y si va mal, dependiendo de cuán mal
vaya, puede perderlo si es que lo embargan. Así que al loro. La tercera opción
es que el local siga siendo suyo y que la empresa le pague un alquiler cada mes
de, por ejemplo, 3,000 euros. No se equivoque y ponga un alquiler de mercado.
Trabajo
Luego está el trabajo. El trabajo
se remunera con su sueldo. Y punto. Si uno no puede dejar su empleo para
emprender, sólo cobra cuando se repartan beneficios lo que le corresponda según
sus acciones, que habrán sido calculadas teniendo en cuenta el dinero y los
activos aportados.
«Es que, de momento, no podemos
pagar sueldos... » Es cierto. A menudo, muchos negocios no hubiesen arrancado
sin la renuncia temporal por parte de los socios de un sueldo. Especialmente,
cuando el capital es nimio. Bueno, de acuerdo, pero entonces hay que anotar lo
que se le adeuda a esa persona y hay que tener muy claro que esa situación es
temporal.
La razón de hacerla así no es
sólo un criterio de justicia. Es importantísimo saber el sueldo que tendríamos
que pagar a un trabajador normal para desempeñar el mismo trabajo que
cualquiera de los socios. ¿Por qué? Pues porque, en caso contrario, el día en
que haga falta contratarlo, tendremos una estructura de costes que no estará
acostumbrada a soportar las cargas reales necesarias para funcionar.
Si yo hago un trabajo por 10,000
euros que, a sueldo de mercado, vale 36,000, el día en que haya que contratar a
una persona para ese puesto, mi modelo de negocio incorporará 26,000 euros de
costes no previstos.
Nunca se debe compensar mediante
acciones un sueldo que no podemos pagar. Yo pongo dinero y tú pones trabajo, y
al 50 por ciento cada uno. ¡No! No invente cosas raras. Las aportaciones de
sueldos se pagan según su valor de mercado, en función de las horas, funciones
y responsabilidades.
Y no hay más. Si lo hace así, se
evitará muchos problemas futuros. Y, lo más importante, tendrá una cuenta de
resultados que reflejará la realidad de la sostenibilidad de su negocio.
Otros pactos no menos importantes
Casi para terminar, quién hace
qué. Sirva de nuevo el ejemplo del submarino. Cada tripulante tiene una función
determinada. Somos socios, de acuerdo. ¿Significa eso que nadie manda, que
vamos a tener dos, tres o cuatro directores generales? ¿Conoce usted alguna
empresa que tenga cuatro directores generales? ¿Quién hace qué?
Y cuestiones más mundanas y no
por ello menos importantes: ¿Quién tendrá firma en el banco? ¿Hasta qué
importe? ¿Quién negociará con los bancos? ¿Quién se ocupará de innovar? ¿Quién
negociará con los proveedores...?
Las atribuciones, las funciones,
los poderes de los socios que ostentan algo más que acciones y que van a
ponerse a remar en el nuevo negocio deben quedar perfectamente definidos y
acotados. Hay una tendencia a dejar que eso surja de forma natural, pero no es
el mejor método. Además, repartir funciones con sus socios le ayudará a
comprobar si está asociándose con personas que sólo saben hacer lo mismo que
usted, o si, desde un punto de vista técnico, son complementarios, como
decíamos en el asalto anterior.
-RESUMEN-
El primer pacto que hay que hacer
es cómo proceder el día en que alguno de los socios decida desvincularse del
negocio. El modo más justo de separarse revela el modo más justo de asociarse.
No invente cosas raras a la hora de decidir qué porcentaje tendrá cada socio.
Los activos y el dinero entregados a la empresa han de valorarse por su precio
justo y se convierten en acciones. El trabajo se remunera con sueldo, a poder
ser, de mercado. El resto de activos que se cedan a la empresa por parte de
algún socio y que no se valoren como acciones deben alquilarse o dejarse a
deber.
Sexto FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
ir a partes iguales cuando no todo el mundo aporta lo mismo.
SÉPTIMO ASALTO
EJERCICIO DE FUTUROLOGÍA
Por qué se peleará con sus socios
Los motivos universales de
ruptura
¿Por qué una relación profesional
que comenzó sólo cinco años atrás con una ilusión desbordante, con un
compañerismo y generosidad que rayaba en lo cursi y con un desinterés digno de
grupo de boy scouts termina como el rosario de la aurora?
El motivo es bien simple: las
desavenencias entre socios.
Éstas podrían catalogarse en
varios tipos. La más habitual es la de quién aporta más. En los primeros compases
de una andadura profesional nadie mira si uno aporta más que otro. ¡Qué horror!
¡A quién se le ocurre! ¡Si lo importante es arrancar! Y las ventas se celebran
con independencia de su precursor. Pero pasa el tiempo y la emoción inicial se
desvanece. Poco a poco, cada uno empieza a calcular en privado si aporta más
dinero que sus socios. E incluso en el supuesto de que una parte de los
ingresos se destine al que ha logrado una venta, entre socios siempre una parte
quedará para repartir a medias o partes proporcionales. En definitiva,
compartir un dinero que uno (y no el otro) ha generado. Hoy por ti y mañana por
mí. Pero ¿qué sucede cuando es casi siempre por ti? Sucede que empieza a doler
el bolsillo. Y uno comienza a echar cuentas de lo que ganaría si no tuviese que
compartir sus logros.
Y entonces uno se lo cuenta a la
pareja... ¡Craso error! A partir de aquel día la pareja se convertirá en una
especie de abogado del diablo que preguntará con carácter periódico: «¿Esta
semana también has vendido más que tu socio?» La economía profesional se funde
de este modo con la doméstica y, sin quererlo ni beberlo, la pareja forma parte
de un consejo de administración clandestino y paralelo que sólo se reúne con
uno mismo en la cocina de casa para ponemos la cabeza como un bombo y
reafirmamos cada vez más y más en la definitiva conclusión de que es mejor
continuar solo.
La segunda fuente de conflictos
tiene que ver con la eficiencia y la eficacia. La tendencia a pensar que el
compañero o el socio trabaja demasiado despacio, o que es demasiado detallista,
o que debería prestarle menos tiempo a ese asunto o a ese cliente que no vale
la pena y le está tomando el pelo y no se da cuenta a pesar de que no hago más
que decírselo, pero en fin, qué se le va a hacer.
Es una ley universal e inmutable:
nadie trabaja mejor que nosotros. Si soy rápido, porque soy rápido, y si soy
lento, porque no tengo que repetir las cosas y mi socio, que parece que va más
deprisa, al final es más ineficiente porque ha de hacerlo todo tres veces.
El tercer motivo de desavenencias
tiene que ver con algo tan sencillo, pero tan conflictivo, como es el estilo.
El estilo profesional. El modo de vestir, la inversión o no inversión en
decoración de la consulta, oficina o despacho, la manera de atender a los
clientes, la forma de tratados, corbata o no corbata, batín o no batín. Puede
parecer una tontería, pero no lo es. Las apariencias son el síntoma de nuestros
logros y fracasos. Y no nos gusta adquirir un estilo incoherente con lo que
queremos transmitir de nosotros como profesionales.
El cuarto motivo de desavenencias
son las desconfianzas. Éste es el peor motivo de todos. La duda lo mata todo.
«¿Estará mi socio desviando trabajo sin que yo me entere?», «¿Qué hace las
horas que no está aquí?», «¿Por qué no me comentó nada de tal o cual asunto?»,
«¿Por qué no me avisó de aquella transferencia bancaria?» Estas dudas son un
veneno mortífero para la asociación profesional, que debe estar anclada en una
relación de absoluta confianza.
Finalmente, el devenir. Es ley de
vida. Podemos estar de acuerdo en todo hoy, pero no dentro de cinco años. Uno
quiere trabajar a tope, crecer y ganar mucho dinero. El otro sólo quiere
trabajar para ir tirando, para disfrutar y tener un equilibrio profesional y
personal. Un tercero desea asociarse con unos que conoció en un congreso no sé
dónde. Pero sus socios no quieren saber nada de nuevas asociaciones. Los
objetivos personales acaban siempre influyendo sobre los objetivos de negocio.
Y no es un tema de malas intenciones. Sencillamente, es así. Siete años atrás,
los socios tenían la misma ambición, pero ahora ya no.
«Es muy difícil mantener
intactos, con el paso del tiempo y sus circunstancias, los aspectos que unen a
los socios: la ilusión, la ambición, la idea de negocio y los objetivos
emocionales y económicos.»
Uno de los problemas más comunes
es que cuando un socio empieza a querer hacer algo distinto tiende a ocultarlo.
No es por engaño, sino por temor a defraudar a sus socios. Y esto es un
problema, porque entonces se está engañando a sí mismo. Se desata un juego
psicológico con los socios. En apariencia van juntos hacia el norte, pero en
realidad uno se ha desviado y va ahora hacia el sur. De pronto, el primero se
da la vuelta y ve que el segundo ya no está ahí, no le sigue. Suele darse un
momento de estupor, seguido de una situación incómoda y una sensación de
engaño. «¿Por qué no me habías dicho que querías abandonar el negocio? De
haberlo sabido antes, hubiera tomado otras decisiones.»
Una de las maravillas de ser
emprendedor es la libertad que uno tiene para emplear su vida en aquello que le
llena y, sobre todo, de poder hacer modificaciones con el paso del tiempo. Las
prioridades en la vida van cambiando con la edad. Y ya que uno se ha
independizado, es una pena que, debido a una asociación, no pueda dirigir su
vida personal y profesional hacia los derroteros que desea. Hay que dar
libertad a los socios de modificar sus vidas, por eso es tan importante pactar
las condiciones de separación de los socios o de si es posible seguir vinculado
a la propiedad, pero no en el trabajo.
En definitiva, que la lista de
motivos de desavenencias sería interminable y daría para llenar todas las
páginas de este libro. Por eso hay que ser muy claros al pactar una asociación
profesional, aspecto que abordé en el anterior asalto.
Más allá de los pactos
De todos modos, es imposible
pactarlo todo. Es recomendable pactar lo principal y, a poder ser, por escrito.
Ya se sabe que «de lo escrito queda constancia y las palabras se las lleva el
viento». Pero tampoco tiene sentido redactar todo un documento de la extensión
y complejidad del Estatuto de Autonomía de Cataluña, no vamos a redactar ahora
una Biblia para dar soluciones a todo lo que es posible que ocurra en el
futuro.
Hablemos, pues, de los pilares de
toda asociación. Aparte de todos los pactos que he recomendado en las líneas
anteriores, los pilares de los socios son muy parecidos a los que sostienen una
relación conyugal o de amistad: comunicación, comprensión, paciencia,
confianza, fidelidad y flexibilidad. De ahí que tantos emprendedores hayan
afirmado que los «valores alineados» son el factor más importante para escoger
un socio. Y también el excluyente. Porque esos valores condicionan la solidez o
fragilidad de los pilares que sostienen al negocio.
Es fundamental saber que nunca
nadie hace las cosas como las haríamos nosotros. Es como lo de delegar. Hay
personas que no saben delegar porque no soportan que no se hagan las cosas como
ellas las harían. Y eso es un lastre organizativo y profesional para toda
empresa o negocio. Con los socios es lo mismo. Cada uno tiene su estilo y hay
que respetarlo. Nos guste o no. Por otro lado, hay que saber escuchar. La
comunicación es el eje de toda asociación.
Sin comunicación diaria y
sincera, no hay asociación que perdure más allá de cinco años.
-RESUMEN-
Las desavenencias entre socios
siempre aparecerán. Suelen guardar relación con (la percepción de) cuánto
negocio, clientes o esfuerzo aporta uno respecto al otro. La peor fuente de
desavenencias son las desconfianzas en cuanto a la fidelidad. Otras causas
menos sangrantes (pero que acaban siendo importantes) tienen que ver con el
estilo y la apariencia que se quiere dar al negocio.
Finalmente, la desavenencia más
común es la lógica modificación de objetivos y deseos vitales que se producen
en una persona a medida que pasan los años y que, forzosamente, se trasladan al
negocio.
Pactado todo es necesario, pero
aún más importante es tener confianza y libertad para plantear cualquier,
repito y subrayo, cualquier, tema a sus socios.
Séptimo FACTOR de CLAVE DE
FRACASO: falta de confianza y comunicación con los socios.
TERCERA PARTE
Sobre esa gran idea que dijo que
usted tenía
OCTAVO ASALTO
SÓLO UN INFELIZ CONFÍA EN SU IDEA
FELIZ
La idea es lo de menos, lo importante
es la forma de la idea
La patética idea feliz
No hay nada más patético que
alguien que te dice: «He tenido una idea de negocio genial, no puedo
explicártela porque como me la roben... me muero». Esa persona acaba siempre
por explicártela, ¡claro que sí!, pero no sin antes (y esto es lo más patético
de todo) hacerte jurar y perjurar que no vas a decírselo a nadie.
A éstos yo los llamo
«emprendedores Gollum», como en el Señor de los Anillos («¡Mi tesoroooo! ¡Mi
tesoroooo!»). Son emprendedores muertos antes de empezar. Por suerte muchos de
ellos no llegan nunca a poner en marcha su negocio, porque los que lo intentan,
en su gran mayoría, fracasan.
Recuerdo una ocasión en que me
llamó un conocido porque quería citarse conmigo para explicarme una idea de
negocio que había tenido con su mujer. Yo, acostumbrado a tales pérdidas de
tiempo, le pedí que me avanzase desde el otro lado de la línea de qué se
trataba para determinar, le dije, si era un producto o industria en la que yo
tuviese experiencia; así, pensé, podría sacármelo de encima sin perder
demasiado tiempo. Pero como suele suceder en estos casos, la persona en
cuestión se negó a explicármelo por teléfono. Me dijo que era demasiado
confidencial y que, además, tenía que verse, que si no lo veía no lo entendería.
Además de tener que darle hora a
una persona que se negaba a decirme para qué quería verme, tuve que dar mi
palabra de que mantendría en secreto su gran idea, y debía saber que
-¡afortunado de mí!- si accedía a explicármela era porque me consideraba digno
de su confianza. Vamos, que se daban todos los indicios de un disparate
empresarial.
Al cabo de dos semanas apareció
el «emprendedor» con su mujer y me mostraron un concepto que se llamaba «risa
total», y que consistía en discos con grabaciones de risas de niños pensadas
para ponérselas a los bebés cuando estaban en la cuna tratando de dormirse, ya
que estaba demostrado por no sé qué psicóloga francesa que de esta forma se
favorecía el desarrollo de un carácter optimista. Casi me echo a llorar. En
fin...
En otra ocasión vino a verme otro
conocido que me habló de un producto con el que iba, literalmente, a forrarse.
En breve iba a surgir una ley que obligaría a los parvularios y jardines de
infancia a instalar dispositivos para evitar que los pobres infantes se
pillasen los dedos con las puertas de la escuela. Mi amigo, diseñador
industrial, había pensado en una puerta con el canto redondo y estaba dispuesto
a dejar su trabajo para entregarse a la producción y distribución de puertas de
canto redondo para guarderías, las cuales, obligadas por ley, no tendrían más
remedio, cual monopolio del pasado, que sucumbir ante su producto.
En este caso, tenía suficiente
confianza con la persona y le dije: «¿Puertas de canto redondo? Creo que con
este negocio vas a pillarte los dedos».
Deje de pensar en ideas, y
céntrese en las oportunidades: «Más que de idea, yo hablaría de oportunidad.
Una oportunidad puede basarse en una nueva idea o en una idea ya existente pero
que se puede ejecutar de forma diferente. O de igual forma, pero en un lugar
distinto. En todas estas situaciones uno puede tener éxito o puede fracasar.
Todo depende de la manera como se ejecute el proyecto. Sin embargo, creo que
desarrollar una oportunidad basada en una idea ya existente reduce el riesgo,
ya que cuentas con más información de partida.»
O sea, que un emprendedor es un
tipo con el afán del bombero, pero sin ideas de bombero. Y es que únicamente un
infeliz confía sólo en su idea feliz.
La forma de la idea
Lo importante no es la idea, sino
la forma de la idea. Esto es algo fundamental que ningún emprendedor debe
olvidar. No todas las buenas ideas son buenos negocios. Insisto: lo que tiene
valor es la forma que una idea toma. Si yo digo que quiero fabricar y vender
juguetes que sean educativos y baratos, nadie dará un duro por esta idea. Pero
en eso consiste Imaginarium. Imaginarium es una idea sencilla que, explicada,
no tiene valor aparente. Su valor está en cómo esa idea se ha llevado a cabo,
en la forma de la idea.
Víctor Arrese, el fundador y
creador de la cadena de comida Fresc And Company, explicó su idea a muchas
personas antes de poder hacerla realidad: un bufete libre con sólo ensaladas,
pasta y pizzas. Explicado así, no tiene mucha gracia.
Me dijo: «Si tienes una idea y
todo el mundo te dice que es buena..., ¿cómo diablos va a ser buena?»
Porque lo interesante es la forma
que se le da a la idea. En su caso, la idea, juzgada de inviable por todos los
empresarios de restauración que consultó, resultó un éxito. ¿Por qué? En gran
medida porque Victor Arrese identificó en aquellos reparos los elementos en los
que tenía que trabajar más. Así, la forma final de su idea fue la de
restaurantes modernos, en el centro de las ciudades, menús a mil pesetas,
ingredientes sanos, posibilidad de repetir cuántas veces se quisiera... Vendió
su cadena de restaurantes a Agrolimen unos años después, con varios locales
abiertos por toda España.
Ésta es una máxima universal: más
vale una idea mediocre brillantemente implementada que una idea brillante
mediocremente implementada. Claro que es posible tener una ocurrencia feliz o
inventar y patentar algo que funcione, pero por cada emprendedor que triunfe
gracias a la idea feliz encontrará veinte que triunfan gracias a la forma de
una idea que ni fu ni fa. El mundo está lleno de ejemplos de ideas que
explicadas no valen nada, pero cuyo éxito se debe a la forma como han sido
hechas realidad.
Un buen modo de saber si la idea
le está cegando es preguntarse: «¿Si no tuviera mi gran idea estaría animado a
emprender otro tipo de negocio?» Si la respuesta es «no», si al esfumarse la
idea brillante que iba a hacerle rico, ya no tiene ganas de emprender, entonces
déjelo por ahora. Porque ése es un síntoma de que la idea le ciega, de que no
es el afán de emprender lo que le mueve, como observábamos en el asalto
«Emprendedores y bomberos». La idea le domina a usted y ante el primer revés se
hallará desarmado.
¿Por qué le van a comprar?
No se centre en qué le van a
comprar (eso no es importante), sino en por qué le van a comprar (eso sí que es
clave). Lo importante no es el producto, sino la ventaja que sea capaz de
construir y ofrecer.
¿Y qué es una ventaja? No hace
falta que lea muchos libros de estrategia empresarial. Se lo resumiré. La gente
le va a preferir a usted sólo por dos motivos: porque hace algo mejor o porque
lo hace igual que los demás, pero más barato.
Y no hay más.
Ese «¿por qué me van a comprar?»
se aplica tanto a servicios como a productos tangibles e intangibles. Si no
puede responder a esta pregunta, no tiene todavía negocio. Pero no es sólo eso.
Si no es capaz de responder con una sola frase, es que su idea todavía no está
bien definida. Un concepto de negocio que no pueda explicarse en menos de 30
segundos difícilmente podrá tener éxito. Porque si no puede resumirlo en una
frase tampoco va a entenderlo un cliente. Detrás de una idea que requiere más
de tres minutos hay una indefinición del valor añadido que contiene. Cualquier
cliente potencial se cansará y desconectará antes de entender qué tiene usted
que ofrecerle porque todo el mundo desconfía del valor que puede tener algo
que, tras tres minutos de explicaciones, aún no ha entendido.
Por tanto, eso de que no le
quiten la idea es una memez. No se trata de no explicarla. ¡Al contrario!
Coméntela con el mayor número de personas posible. Así obtendrá un montón de
información sobre la forma que esa idea ha de tener para que resulte. No se
trata de esconder la idea, se trata de contrastarla y de comprender cómo
reacciona la gente ante ella. Sólo de esa manera acabará comprendiendo cómo
moldear su idea, y qué es lo que hará de ella un potencial negocio.
Diferenciemos aquí dos conceptos.
Uno, la forma de la idea, que es la capacidad de ponerla en valor en el
mercado. Y dos, el modelo de negocio que la hace sostenible. Son dos elementos
clave, pero con un matiz que los diferencia.
Poner la idea en valor significa
ponerse en la piel del cliente en relación con el producto que va a lanzar,
comprender muy bien por qué los clientes optan por un producto u otro. Eso es
poner la idea en valor, un «por qué me van a comprar» relevante y evidente a
los ojos del cliente.
Lo segundo es un modelo de
negocio que la haga sostenible. Este punto lo desarrollaré en el asalto «Las
ventas nos esclavizan y los beneficios nos realizan». Toda idea tiene uno o
varios modelos de negocio que la hacen sostenible. Pero también cada idea tiene
uno o varios modelos de negocio que la hacen inviable. Por tanto, la forma de
la idea no solamente es la puesta en valor de la idea, sino la capacidad de
enmarcada en un modelo de negocio que le es afín. Dicho de otro modo, hay
muchas ideas que, sin cambiarlas, pero con otro modelo de negocio distinto, no
hubiesen fracasado.
Emprender es una mirada genuina
sobre una idea cualquiera
He dicho antes que hay que distinguir
entre buenas ideas y buenos negocios. Pero voy a ir un paso más allá. Yo
incluso diría que no hay buenos o malos negocios, sino que hay buenos o malos
gestores de ideas.
Esto no contradice la afirmación
de que «la forma de la idea» prevalece sobre «la idea en sí», sino que la
ratifica. He aquí una buena definición de negocio: «Un negocio es una mirada
genuina sobre una idea cualquiera».
Lo aclararé con un ejemplo.
Imaginemos un concurso entre dos escultores a los que entregamos dos bloques de
piedra idénticos (los recursos) y una modelo (la idea). Ambos parten del mismo
material y de la misma idea. El escultor que gane el certamen no lo hará
gracias a la idea (la modelo es la misma para ambos), sino gracias a cómo su
mirada sobre la realidad toma forma en la piedra. Del mismo modo, un buen
emprendedor parte de una idea que puede ser conocida por todos, pero es su
talento individual el que «mira» esa idea de una manera especial y la
transforma en un negocio próspero.
Emprender tiene que ver con la
creatividad, con el arte, con encontrar un estilo propio. Hay muchos factores,
pero lo importante es tener una voz propia, sino el mercado te hunde.
Así pues, el buen y auténtico
emprendedor no teme que otros conozcan su idea, porque sabe que él y su modo de
mirar son irreemplazables.
La adaptación de la idea en el
momento de emprender
Muchas personas piensan que los
emprendedores fracasan porque su idea no fue acertada. Se imputa a la idea, de
forma mayoritaria, el motivo de los fracasos. Estoy radicalmente en desacuerdo.
Cuestión de matices. Yo no creo que un negocio fracasa porque la idea es mala,
sino porque el emprendedor se obceca con esa idea mala, que es muy distinto.
Hay que ser fiel a la idea
original, pero hay personas que confunden esa fidelidad con una claudicación.
Emperrarse en la idea es fatal. Eso suele suceder cuando estamos ante un falso
emprendedor, cuyo motivo es sólo su idea y, en realidad, no tiene motivación.
Cuando estamos ante un
emprendedor Gollum, ante una eventual modificación de la idea, todo se viene
abajo. Ésos son los tercos que no ceden ante las evidencias. El fracaso se
produce por no rectificar la idea o la forma de la idea cuando aún se está a
tiempo. Y que nadie se engañe. Casi siempre hay tiempo para hacer
modificaciones y, además, las evidencias de que es necesario un cambio no
aparecen de repente, como por arte de magia. Los indicios son numerosos y
reveladores. Otra cosa es querer verlos y tener la humildad y cintura para
rectificar.
«La idea influye en los
resultados mucho menos de lo que la gente cree. La idea original es un germen.
No conozco ningún proyecto, ninguno, que no haya cambiado, incluso
sustancialmente, desde la idea inicial. Un tema más y muy importante: cualquier
idea, cualquiera, ha sido antes pensada o está siendo pensada al mismo tiempo
no por cientos, sino por miles de personas a la vez. Es absurdo creer que nadie
ha tenido o tiene esa misma idea. Tu idea la tiene otro, ¡hazte a la idea! Por
tanto, lo que hay que preguntarse es: "¿Por qué otros no han implementado
o no han llevado a la práctica esta idea si se les ha pasado por la
mente?" La respuesta más fácil es "porque no la han tenido",
pero, insisto, no es así; la han tenido. Repítete la pregunta: "¿Por qué
no la han llevado a cabo?" Con esta pregunta no se trata de disuadir,
porque entonces nadie llevaría a cabo una nueva idea. Se trata de comprender
los factores diferenciales que hacen falta para que esa idea pueda ser
implementada.
«La idea ha de pasar el filtro de
la estupidez. Es el filtro del sentido común, que se aplica a todo. Hay que
asumir que los clientes no son estúpidos. Podrás vender algo distinto a corto
plazo por el factor novedad, pero si no ofreces una ventaja, un valor real y
distinto, ahí se acabó y el cliente no repite. A medio plazo, estarás muerto.»
La adaptación de la idea a lo
largo del tiempo
He aquí un testimonio
interesante: «Creo que detrás de un proyecto exitoso hay una idea de negocio
muy sencilla. En mi caso fue asesorar de forma independiente a los clientes.
Aunque parezca extraño, en mis inicios, años atrás, el asesoramiento financiero
lo hacían agentes financieros muy parciales y poco preparados. Eran simples
vendedores de sus productos y especialmente de aquellos con altos márgenes. Se
hacían verdaderas barbaridades. Vendían productos de los que desconocían sus
efectos fiscales, su riesgo, su liquidez. No valoraban si el producto era el
más adecuado para aquella persona.
«En resumen, la idea inicial ha
sido inmutable, lo que ha variado mucho han sido las diferentes formas de
satisfacer la necesidad. Es decir, no me he centrado en los productos, sino en
la satisfacción de necesidades financieras y esas necesidades cambian con los
cambios fiscales, con la situación específica de los clientes, con las nuevas
tecnologías, etc.»
La empresa Panda Software, como
recoge una de las emisiones del programa de televisión Emprendedores de la
Escuela Banespyme se encontró a mediados de la década de 1,990 con el
advenimiento de Internet. Los virus dejaban de ser una enfermedad que se
transmitía a través de disquetes para ser una pandemia global que se transmitía
a través de líneas de telecomunicaciones. Las multinacionales aparecieron.
Durante varios meses Panda Software congeló las actividades para dedicar todos
sus esfuerzos a localizar la gran mayoría de virus que había en el mercado. Es
decir, tuvo que modificar su producto. Pero, además, para sobrevivir tenía que
pasar de ser una empresa local a convertirse en una empresa global. ¿Cómo
hacerlo en poco tiempo y con pocos recursos? ¿Cómo podía una empresa local
española competir con grandes multinacionales? Panda Software optó por
franquiciar su negocio para competir con gigantes de la informática. En pocos
meses eso le permitió alcanzar casi cualquier rincón del mundo. El emprendedor
detrás de Panda, Mikel Urizarbarrena, modificó radicalmente la forma de su
idea. Supo ver que la forma de su idea estaba caducando, lo asumió sin
complejos y actuó sobre el producto y el alcance geográfico de su empresa para
sobrevivir. Un cambio en el entorno, imprevisible, estuvo a punto de ser el
final de la empresa porque hizo obsoleta la forma de la idea.
Éstos son dos casos que
ejemplifican cómo la idea inicial no es inmutable y puede ser adaptada a los
cambios del entorno.
Pero, claro, puede objetarse que una
cosa es modificar la forma de un negocio y otra el objeto del mismo, el cien
por cien de la idea inicial. Un cambio radical es caro e, incluso, inviable. Si
yo fabrico alas delta y me va mal, no puedo ponerme a hacer relojes de pronto.
Pues sí y no. Claro que la idea
condiciona las inversiones y hay elementos que no pueden modificarse, así como
así. Pero introduzca un plan B por si su idea no cuaja. Es posible redirigir
los negocios hacia productos o sectores adyacentes o ponerlos al servicio de
ideas distintas. Una empresa es como un vehículo. No puede circular por
cualquier pista, pero puede tomar más de una dirección.
Josep Maria Lloreda me explicó
que «1os resultados de hoy forman parte de las ideas de ayer, y hoy tenemos que
crear ideas para que influyan en los resultados de mañana. El mundo está vivo y
la realidad cambia de manera continua. En el caso de KH Lloreda, pasar de una
idea de negocio a otra ha sido algo inherente a nuestra historia. La empresa
pasó del mundo de la joyería al de la electrónica, de éste a la orfebrería,
hasta finalmente dedicarse a los detergentes. Esto ha significado una
adaptación a los diferentes clientes, sistemas de trabajo, materiales y
maquinaria de cada negocio».
De joyería a electrónica, de
electrónica a orfebrería, y de orfebrería a detergentes. Estos negocios fueron
emprendidos por la misma persona en una misma nave. Las circunstancias que en
un momento dado justificaban un producto desaparecían, y era preciso
reestructurar y reorientar el negocio. Detrás de estas ideas tan dispares hay
un elemento común: la persona que las emprendió.
Cuando las cosas empezaron a ir
mal en su empresa de joyería, a Josep Maria Lloreda le hubiera sido muy fácil
decir que la idea falló y arrojar la toalla. Pero el buen emprendedor sabe que
una idea que se modifica a tiempo nunca fracasa.
-RESUMEN-
Nunca ponga todas sus esperanzas
en la idea. Lo importante no es la idea, sino la forma de la idea. Sólo podrá
averiguada hablando y mostrando su idea al mayor número de personas posible.
No se centre en qué va a vender,
sino en por qué los clientes le van a comprar.
A toda idea le corresponde no
sólo una forma que la hace ganadora, sino también un modelo de negocio que la
hace viable. Es fundamental diseñar ambas cosas.
Normalmente, la idea es inmutable
y la forma de la idea varía a lo largo del tiempo. Hay que tener flexibilidad y
humildad para modificar la idea tanto al inicio de las actividades como durante
las mismas, cuando los indicios lo recomiendan.
Octavo FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
pensar que de la idea depende el éxito.
NOVENO ASALTO
NINGÚN NOVEL HA GANADO UN NOBEL
La importancia de escoger un
sector en el que se tiene conocimiento
El sector es una decisión y no
una consecuencia
Vamos ahora a adentrarnos en un
cuarto tema que explica muchos de los fracasos de los emprendedores: el sector
de actividad en el cual se emprende.
Todo emprendedor debería
plantearse por qué ha escogido el sector de actividad donde va a emprender.
¡Ah...! Pero... ¿se escoge?
Ése es el problema. A menudo, el
sector de actividad no es una decisión meditada, sino la consecuencia de una
idea aleatoria. Por ejemplo, estando de viaje por un país lejano, uno descubre
un tipo de zapato que no existe en su país. Cree haber detectado una
oportunidad alrededor de aquel zapato singular. Eso determina que emprenda en
el sector del calzado. El matiz es importante. No me introduzco en el sector
del calzado por lo que éste significa para mí o por su potencial atractivo,
sino que lo hago arrastrado por el zapato con el cual me topé.
Son muchas las ocasiones en las
que un emprendedor se obsesiona con una idea determinada que captura su
atención. La idea pasa por encima del atractivo del sector o del grado de
conocimiento que el emprendedor tiene de éste.
En tales casos, el sector es una
consecuencia en lugar de una decisión consciente y meditada. Y esto es un grave
error porque, en relación con el sector de actividad, se articulan dos nuevos FACTORES
CLAVE DE FRACASO: no dedicarse a lo que a uno le gusta de veras y emprender en
un sector donde uno no tiene experiencia. Veamos estos dos factores por
separado.
El más mediocre, si trabaja en lo
que le gusta acaba siendo excelente
Recuerdo el caso de un amigo que
pasó varios meses en Estados Unidos para detectar oportunidades. Allí halló un
concepto de tienda de comida rápida que le fascinó. Se dedicó durante más de
seis meses a estudiar cómo funcionaba, qué tipos de productos tenía, cuáles
eran los precios, todos y cada uno de los detalles del concepto en cuestión.
Pero no dedicó casi nada de tiempo a analizar si le gustaría trabajar en la
restauración en España; es decir, si le gustaban el sector y el país donde iba
a emprender.
Recuerdo que vino a verme pocas
semanas antes de lanzar su proyecto. Me dijo que quería pedirme consejo, pero
en realidad no quería escuchar nada que no fuese positivo. Yo le pregunté sobre
su experiencia en el campo de la restauración y, dentro de éste, de la comida
rápida. «¿Has trabajado en ello antes? ¿Conoces cómo funciona? ¿Te gusta mucho
este sector de actividad?»
Esta persona no escuchó ninguna
de mis preguntas. Me hablaba de forma mecánica sobre las grandezas de los
locales americanos y por qué funcionaban tan bien. Mi amigo había trabajado
durante ocho años en una agencia de publicidad. Conocía a la perfección ese
negocio. Sin duda, puestos a emprender, tenía mucho más potencial dedicando sus
energías al mundo de la publicidad. Hasta descubrir los locales en cuestión, su
interés por la restauración había sido nulo. Me reconoció que el negocio de
fast food no le atraía especialmente, que lo que le gustaba, y muchísimo, eran
los locales estadounidenses que había estudiado con tanto detenimiento.
Le dije que no lo veía claro.
Además, hacía falta muchísima inversión, pues para que los números saliesen de
entrada tenía que abrir tres locales en Barcelona, Madrid y Sevilla. Procuré
convencerle de que no lo hiciese. Era obvio que no le gustaba el sector. Estaba
deslumbrado por un concepto del extranjero que no necesariamente tenía que
funcionar aquí. Intenté persuadirle de que abriese una agencia de publicidad o
algo relacionado con los servicios de marketing, área que él conocía bien y
donde, con su capacidad de trabajo e inteligencia, sin duda prosperaría. «¿Te
has cansado de la publicidad?», le pregunté. Me dijo que no, que no le había
dejado de gustar la publicidad, pero que le apetecía mucho más lo del fast food
y que quería probar algo distinto.
Abrió todos los locales y tres
años después estaba arruinado. Hoy trabaja por cuenta ajena y, para más inri,
en una agencia de publicidad, que era lo que quería dejar de hacer.
Es el típico caso de
empecinamiento en una idea o en un producto. Es algo peligrosísimo. Se obvia
cualquier consideración sobre el sector y, además, se desata en el emprendedor
una especie de rigidez increíble y una negativa a modificar su producto o idea.
Es lógico. Si la idea cambia demasiado, deja de interesarle. Eso significa que,
en realidad, ese sector no le atrae.
Ésta es una recomendación muy
útil. Si usted está pensando en emprender una idea concreta de negocio o en
lanzar un producto o servicio determinado, haga este ejercicio: deseche la gran
idea y sopese si, con otra distinta, le puede seguir apeteciendo el sector de
actividad o industria donde va a meterse.
En el caso anterior, la pregunta
que mi amigo tenía que haberse formulado era: «Si no puedo lanzar el concepto
de fast food americano, ¿me apetece igualmente montar un fast food diferente?»
Si, sin esa idea concreta, el
sector no le seduce, piénseselo dos veces. Porque es altamente probable que su
idea tenga que ser modificada, como expliqué en anteriores asaltos. O incluso
es posible que, al cabo de uno o dos años, tenga que abandonar la idea original
y sobrevivir con otra distinta en ese mismo sector.
Uno de los entrevistados me dijo:
«Es cierto que hay sectores muy duros, pero también que es fundamental que tú
encuentres divertido el sector, que te ponga cachondo».
Y otro: «Para escoger un sector
has de tener cierto sentimiento con él. Es como un noviazgo. Hay gente que
conoce muy bien sectores que, en realidad, no les atraen, son sectores donde no
les apetece trabajar. Fracaso seguro. El sector te tiene que motivar
muchísimo».
A cualquier emprendedor tiene que
gustarle o atraerle mucho el producto. Víctor Arrese me dijo: «Sobre todo, te
ha de encantar el producto». Cuando él abrió la cadena de restaurantes Fresc
And Company ni él ni sus socios tenían ni idea del negocio de restauración.
Pero, en cambio, les chiflaba el producto. Fijémonos en que es completamente
distinto a lo que le sucedió al que abrió la cadena de comida rápida. En su
caso, el sector de la restauración no le atraía. Sólo se había enamorado de un
tipo de locales extranjeros, no del servicio o producto que había detrás.
A un loco de las motos puede irle
bien montando un concesionario de motocicletas, aunque no haya trabajado nunca
en él. Tendrá que aprender muchas cosas en el camino, pero como las motos le
encantan, eso será para él una motivación, no un obstáculo que deba superar.
En definitiva, un FACTOR de CLAVE
DE FRACASO es emprender en un sector que a uno no le atrae especialmente.
Ningún novel ha ganado un Nobel
Pero como indica el título de
este asalto, también puede ser un factor de clave de fracaso emprender en un
sector que no se conoce bien. Los noveles no suelen ganar ningún Nobel.
Recuerdo el caso de dos
arquitectos argentinos de unos 50 años que me llamaron porque querían lanzar un
concepto de juego de azar mezclado con club de compra que habían visto en
Israel. Los visité en su despacho de arquitectura. La idea era original, pero
yo sólo les hice dos preguntas: «¿Cómo les va en este despacho de
arquitectura?» Me respondieron que perfectamente. Y entonces les pregunté:
«¿Para qué diantre se quieren complicar ustedes la vida a los cincuenta años,
si les van tan bien las cosas? ¿Por qué quieren dedicar tiempo a un sector que
ni conocen ni necesitan? ¿Acaso van a descuidar su negocio y ponerlo en riesgo
para dedicarse a esto? Si están aburridos, hagan un viaje o construyan
maquetas. Pero esto es una insensatez».
Me miraron y no respondieron. La
ilusión no se pierde nunca. Ni a los 50 años. Eso es bueno, pero no para hacer
tonterías. Le aseguro que este caso es cierto. Para que se haga a la idea de
cuánto pueden cegar las ideas felices.
Si no conoce o no ha trabajado en
el sector donde emprende, las posibilidades de éxito se reducen. ¿Por qué?
Porque uno desconoce si está redefiniendo las reglas del sector. «La inocencia
sólo debe practicarse en una tómbola. No se pueden romper las reglas sin
conocerlas, es algo que no suele su ceder. Es mejor apostar conociendo los
riesgos que hacerlo confiando en la fortuna pasajera.»
¿Y por qué hay que modificar las
reglas del sector? ¿Es estrictamente necesario? Bueno, en un sector en auge,
con un crecimiento espectacular al cual sumarse, puede permitirse el lujo de
emprender sin demasiada creatividad y limitarse a imitar lo que hace el resto.
En estos casos, un mediocre triunfa gracias a la bonanza del sector. Pero si
emprende en un sector maduro o estable y se limita a hacer lo mismo que los
demás competidores, es casi seguro que no conseguirá nada. O hace algo
distinto, o es muy difícil que le vaya bien.
José Aguirre me explicó que la
editorial que tuvo que cerrar no funcionó porque lo hizo todo bien. Es decir,
hizo lo que había que hacer en una editorial bien gestionada. Pero no hizo nada
distinto, y el sector editorial estaba atravesando una crisis. Aprendió de su
experiencia. En Bestiario, su actual empresa, todo es innovación continua.
Por tanto, cabe deducir que, si
emprender sin hacer algo distinto es una fuente de fracasos, emprender
innovando proporciona más posibilidades de evitar el fracaso.
¿Y cómo sabemos si estamos
innovando en un sector? Sólo lo sabremos si lo conocemos bien o si hemos
trabajado en él.
Es fundamental conocer el sector,
porque entonces uno sabe qué reglas está retando, qué aspectos del sector está
cuestionando.
Juan Carlos Tous trabajó durante
muchos años en el sector de distribución de películas de vídeo y DVD, y lo
conocía a la perfección. En un momento de su carrera profesional, decidió que
estaba preparado para montar su propia empresa. Su idea fue muy sencilla: hacer
partícipes a sus proveedores, las productoras de cine, de un negocio del cual
apenas participaban: la distribución en vídeo y DVD de sus propios productos.
Habló con varias productoras y les propuso invertir con él en su negocio. De
este modo, se aseguraba de forma automática los derechos para DVD y vídeo de
esas productoras. Estamos ante lo que se denomina una integración vertical
hacia abajo. El proveedor se integra en el negocio de su cliente.
Aquí no hay una idea de negocio
basada en un invento extraño, en un tipo de vídeo o tecnología determinada...
Lo único que hizo este emprendedor, hoy hombre de éxito al cargo de Cameo
Media, fue redefinir las reglas del sector. Pero eso sólo podía hacerlo alguien
que las conociese bien.
¿Es todo tan fácil? No. Todo el
mundo le decía que lo que planteaba era imposible, que jamás pondría de acuerdo
a diferentes productoras (que competían entre sí en las carteleras) para
asociarse aunque fuese en otro negocio distinto. Ése fue el reto. Juan Carlos
Tous tiene una increíble capacidad de aunar intereses y plantear acuerdos donde
todas las partes ganen. La jugada le salió redonda.
Más vale un sector conocido. Ahí
se puede llegar a emprender incluso con una idea no demasiado potente.
Pero ¿qué pasa si, aun así,
quiere emprender en ese sector que no conoce y en el que no tiene ninguna
experiencia?
¿Significa eso necesariamente que
va a fracasar? No. Pero tiene que hacer algunas de las siguientes cosas que se
proponen a continuación:
1. La primera posibilidad es hablar con personas de ese
sector y explicarles la idea que quiere llevar a cabo (no se preocupen los
emprendedores Gollum, que no les van a quitar la idea). Es necesario que
comprenda bien cuáles son los motivos por los cuales otros expertos le dicen
que eso no va a funcionar. No porque tengan razón, sino porque, a través de sus
dudas, usted podrá identificar y anticiparse a las principales dificultades que
hallará cuando emprenda.
2. La segunda posibilidad es trabajar en ese sector durante
unos meses, mientras planifica su proyecto empresarial. Le dará la sensación de
que son unos meses perdidos, pero nada más lejos de la verdad. Esos meses le
proporcionarán una perspectiva y una experiencia impagable. Además, sin perder
dinero ni correr riesgos, pues lo hará por cuenta ajena, y cobrando. Un
entrevistado me dijo: «Se puede emprender perfectamente en un sector que no se
conoce, pero hay que darse el tiempo necesario para conocerlo».
3. La tercera posibilidad es la de incluir en su empresa a
un socio (a pesar de que es mejor no tenerlos) con dilatada experiencia en ese
sector. Esa persona actuará como una especie de Pepito Grillo que le advertirá
de los peligros o dificultades que su nueva idea va a tener en el sector que él
conoce bien. Ese socio le será menos útil al cabo de unos años, pero en los
primeros tiempos acortará de forma meteórica la curva de experiencia que usted
necesitaría recorrer por sí mismo y que, en el ínterin, puede provocarle
pérdidas y dolores de cabeza. La combinación de alguien del sector con alguien
de fuera del sector es enriquecedora. El primero acorta la curva de experiencia
y el segundo trae ideas de otros sectores o industrias para romper las reglas y
aportar algo innovador.
Hablar, observar, viajar,
preguntar, mantener una actitud abierta hacia los productos de su sector y lo
que hacen sus competidores son algunas de las cosas que hay que hacer. Su idea
o producto dejarán de ser importantes. El verdadero emprendedor no es una
persona que implementa una idea, sino alguien que domina y reinventa un sector.
-RESUMEN-
La elección del sector de
actividad en el cual emprenda ha de ser el resultado de una decisión
consciente, nunca la consecuencia aleatoria de una idea de negocio.
Emprenda en sectores que le
atraigan mucho o en productos que le encanten. Emprenda en sectores que
conozca. Si no los conoce, dedique tiempo a conocerlos o rodéese de personas de
ese sector.
Por lo general, para no fracasar
hay que aportar algo nuevo al sector de actividad en el que uno se introduce, y
eso sólo puede hacerse sabiendo qué reglas se están rompiendo y no desde el
desconocimiento o la ingenuidad.
Noveno FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
adentrarse en sectores que no gustan o se desconocen.
DÉCIMO ASALTO
LOS BUENOS BANCOS
Sobre la importancia de escoger
sectores en auge o rentables
El sector de actividad es una
fuente de financiación
Uno de los principales problemas
a los que debe hacer frente el emprendedor es la falta de financiación. Todo
negocio precisa un mínimo de capital para ponerse en marcha.
Las fuentes de financiación más
habituales son los inversores privados. A menudo, tiempo atrás se trataba de
familiares, pero en la actualidad puede encontrar un amplio surtido de
sociedades capital riesgo interesadas en nuevos negocios con potencial. Estos
inversores apuestan parte de su capital por un proyecto de empresa determinado.
La segunda fuente de financiación más habitual son los bancos. Esto es de lo que
le hablarán en cualquier libro sobre cómo montar un negocio.
Pero además de estas dos fuentes
de financiación, existe una tercera con capacidad de generar más liquidez, que
es más rápida y más económica que cualquier entidad financiera. Esta fuente de
financiación es poco considerada por los emprendedores, en general.
Se trata de su sector de
actividad. En el asalto anterior hemos puesto de manifiesto la importancia de
escoger un sector por el cual uno se sienta atraído y que, además, conozca
bien. Otro FACTOR de CLAVE DE FRACASO en lo que respecta al sector de actividad
en el que se va a emprender tiene que ver con la situación económica del mismo.
Es conocida la expresión: «Estaba
en el momento y el lugar adecuado». Con esta frase se quiere significar el hecho
de que, a menudo, lo que una persona consigue o lo que le sucede no ha
dependido tanto de ella como de las circunstancias que le rodeaban.
Un emprendedor, cuando pone en
marcha un negocio en una industria, lugar geográfico y momento del tiempo está,
literalmente, rodeándose de unas circunstancias determinadas. Si son propicias,
sus probabilidades de éxito se multiplican de forma exponencial. Si esas
circunstancias son de escasez, incluso el mejor de los emprendedores pasa por
un calvario para sobrevivir.
A finales de los 90, un grupo de
jóvenes españoles fundó Cluster Consulting. Estos jóvenes detectaron que había
una oportunidad para una consultaría de alta dirección especializada en el
sector de las telecomunicaciones. Dieron en el clavo. Multitud de empresas de
telefonía fija, telefonía móvil e Internet, presionadas por fechas de inicio de
actividades, necesitaban como agua de mayo ejércitos de profesionales bien
preparados y, a poder ser, con experiencia en telecomunicaciones.
Cluster Consulting creció de
forma imparable entre 1996 Y 2001, pasando de una decena de consultores y una
sola oficina en Barcelona a más de 450 consultores con varias oficinas
distribuidas por todo el mundo. En 2001 Cluster Consulting fue absorbida por la
norteamericana Diamond para convertirse en Diamond Cluster, pero ese año la
explosión de la burbuja tecnológica tuvo lugar y, en pocos meses, las
desinversiones de todos los mercados de capitales en empresas de
telecomunicaciones dejaron sin recursos a la mayoría de empresas del sector.
Entre 2001 y 2006, Diamond Cluster dejó de crecer y el número de proyectos se
redujo drásticamente.
Los emprendedores que había
detrás eran los mismos. ¿Qué había cambiado? Solamente las perspectivas del
sector. He tenido la oportunidad de intercambiar opiniones con socios de
Diamond Cluster que en aquella época vendían proyectos de un millón de euros
con una habilidad pasmosa. Hoy, años después, me he encontrado a más de uno en
la sala de espera de una multinacional del sector de la alimentación para
vender un proyecto de consultoría al uso. El comentario fue siempre: «Yo que
hace sólo cuatro años vendía proyectos de varios cientos de miles de euros como
nada, ahora tengo que sudar sangre para colocar uno de cuarenta mil euros».
No estoy queriendo decir con el
anterior ejemplo que los que fundaron y condujeron Diamond Cluster a unas
increíbles cotas de crecimiento no tuvieron mérito alguno y que, sencillamente,
estuvieron en un lugar y momento adecuado. En absoluto. En primer lugar,
tuvieron un gran mérito y anticipación al escoger ese momento y ese lugar.
El otro día me encontré a una
amiga que me dijo que iba a emprender.
-¿De qué se trata? -le pregunté.
-De una revista femenina -me
respondió.
-Ya -dije yo.
Ella me leyó la cara.
-No, pero la idea es muy buena
-me aseguró.
No dudo de que la idea fuese
buena, pero sí de que emprender en el sector de revistas femeninas sea
atractivo. Demasiadas revistas, competencia atroz, ingresos por publicidad
bajando, anunciantes replanteándose su mix de inversiones publicitarias debido
a los cambios en los hábitos de ocio de la población, sector estancado, cierres
de varias revistas cada año... Lo siento, por muy buena que sea la idea, no me
metería en ese sector ahora ni borracho.
Es como lo de los videoclubs.
Cuando éstos aparecieron, abrir un videoclub en cualquier barrio era un negocio
redondo. ¿Quién piensa ahora en abrir un videoclub? Solamente algún cinéfilo
despistado.
Éste es el primer mensaje: el
emprendedor, antes de emprender, debe escoger sus circunstancias para no ser
víctima de ellas. Como Napoleón dijo: «¿Circunstancias? ¿Qué son las
circunstancias? ¡Yo soy las circunstancias!» Los fundadores de Cluster
Consulting supieron elegir sus circunstancias, mientras que mi amiga de la revista
femenina está escogiendo circunstancias horribles.
En segundo lugar, el ejemplo de
Diamond Cluster sirve para ilustrar hasta qué punto unas mismas habilidades
pueden dar frutos positivos o negativos en función del entorno. Los
emprendedores y consultores que fundaron y desarrollaron Cluster Consulting lo
hicieron excelentemente. No sólo había que darse cuenta de que una consultoría
de telecomunicaciones en los 90 era un lugar y momento ideal para emprender con
éxito, sino que tenían que hacerlo bien. Que nadie reste méritos a nadie.
Un entrevistado me dijo: «Ahora
todo el mundo se quiere meter a promotor inmobiliario. Se quedan solamente con
la anécdota del pelotazo. Del fulanito o el menganito que aparecen en prensa
porque han ganado en diez años millones de euros, y se han hecho ricos de la
noche a la mañana. Muchos emprendedores ignoran que, a pesar de que el sector
pueda ser muy atractivo, detrás de aquella historia de éxito hay alguien que ha
sabido hacerlo bien, que ha arriesgado y que ha trabajado duro. Pero nos
quedamos con la anécdota. Ese sector da dinero».
Es cierto. Después de escoger un
sector adecuado, hay que hacerlo bien.
Pero la cuestión a la que quiero
llegar es otra. La cuestión que me interesa ahora es la siguiente: si asumimos
que los socios de Diamond Cluster lo hicieron muy bien, cabe preguntarse cuánto
influye el sector de actividad si personas tan competentes no consiguen años
después en otros sectores ni una décima parte de lo que lograron antaño.
Éste es el segundo mensaje: puede
que el emprendedor más mediocre en un sector que vale la pena no coseche
éxitos, pero está demostrado que el emprendedor más brillante y hábil, en un
sector poco adecuado, tampoco prosperará.
Estos argumentos tienen
suficiente peso como para detenerse a examinar si el sector de actividad en el
cual va a emprender es un sector atractivo; si es, en términos financieros, un
buen banco.
¿Por qué digo un buen banco? Pues
porque los sectores que crecen rebosan liquidez por todas partes. No sólo
encontrará inversores interesados en confiar su capital a emprendedores con
buenas ideas y ganas de luchar, sino que verá que la propia dinámica del sector
genera una liquidez formidable. Las leyes de los mercados no fallan. Mucha
demanda y poca oferta significa que las empresas que ofrecen sus servicios o
productos tienen más poder a la hora de negociar. Uno puede encontrar
financiación en los proveedores y obtener cobros anticipados de los clientes.
Los propios bancos le concederán muchas más facilidades para financiarse a
corto o largo plazo. Todas las tensiones de tesorería que se viven en los
sectores en crisis se transforman en alegría en aquéllos en auge.
Poner en marcha un negocio sin
padecer tensiones de tesorería es como jugar al póquer con el derecho a tener
un comodín y un as cada vez que se repartan las cartas.
He aquí algunos testimonios de
los entrevistados que refrendan esta conclusión:
«Creo que en cualquier sector se
puede aportar valor, pero es fundamental la elección de un sector de actividad
que esté de moda. Por ejemplo, hoy en España hay muchos
"emprendedores" del sector de la construcción y en cambio muchos
cadáveres de "emprendedores" del sector textil»
«Para mí la elección del sector
es clave. Tengo un amigo que es el número uno en bolsos, nadie sabe más que él.
Se gana bien la vida y mientras tanto, gente tonta se forra en el sector
inmobiliario. Primero lo que más te guste y después, entre los productos que
más te gusten, aquellos que den más dinero.»
Cómo evaluar si un sector vale la
pena
Ahora una pregunta obligada:
¿cómo saber si un sector es suficientemente atractivo?
No me voy a extender en ello
porque éste no es un libro técnico, sino un libro de criterios. De todos modos,
a continuación, expongo siete características que, una a una, incrementan el
atractivo de un sector de actividad. Si se da solamente una de ellas, el sector
será menos atractivo que si se dan las siete. En cualquier caso, considere
cuáles son las más importantes en su caso.
1. Crecimiento del sector
Lo importante no es si el sector
es muy grande o muy pequeño, sino cuánto crece. El crecimiento es fundamental
porque, como dijimos en el asalto anterior, es mucho más fácil facturar tomando
una porción del crecimiento futuro que todavía no es de nadie que facturar
tomando una porción del volumen actual, que pertenece a la competencia. En el
primer caso, se trata de cogerse a la cola del cometa y dejarse llevar. En el
segundo, se trata de hacerlo mejor que los competidores y arrebatarles una
parte del pastel que va a ser defendido con uñas y dientes.
Me dijeron a este respecto: «A un
sector le pido que tenga posibilidades de crecimiento porque es más fácil
participar del crecimiento futuro que tomar cuota de mercado actual. También le
pido que tenga factores de disrupción, ya sean tecnológicos o culturales, que
algo se esté rompiendo ahí, porque en esas brechas puedes encontrar
oportunidades».
2. Rentabilidad del sector
Otro entrevistado me dijo: «Un
sector, para que resulte atractivo a un emprendedor, debe tener dimensión
suficiente para absorber errores iniciales y permitir márgenes de beneficio
adecuados. En definitiva, el río debe ser ancho».
Es el denominado bottom line. En
general, casi todas las empresas de un sector de actividad, a pesar de tener
diferentes grados de eficiencia, suelen convergir en un nivel similar de
rendimiento económico. Por ejemplo, en el sector servicios, los beneficios
están en torno al 20 por ciento de la facturación. En una cadena de
distribución de productos alimenticios, en torno al 10 por ciento. En una
industria metalúrgica, sobre el 5 por ciento... Por tanto, antes de emprender,
escoja sectores rentables donde, como dice el testimonio anterior, los errores
se absorben mejor.
La rentabilidad no es un dato
constante. Hay sectores donde el ratio de beneficio sobre ventas se mantiene y
otros donde está hundiéndose año tras año. Eso suele suceder cuando el número
de competidores es tan elevado que se desata una guerra. Una guerra de precios.
Las ofertas para llevarse los pedidos de los clientes son pornográficas y, dada
una estructura de gastos constante, los beneficios se derrumban. Por eso no
sólo es conveniente escoger sectores rentables, sino también aquellos donde, de
momento, la competencia no sea feroz, que es la característica del punto que
viene a continuación.
3. Grado de competencia
Un sector saturado es, por
definición, un sector poco rentable. Tomemos el ejemplo del sector editorial.
Era un sector muy atractivo hace unos pocos años: con relativamente poca
inversión y riesgo, podían obtenerse muy buenas rentabilidades. En estos
momentos, el número de títulos publicados en España se ha disparado: más de 50,000
al año. Las librerías reciben cada viernes unas 100 novedades.
Según un artículo aparecido el
mes de diciembre de 2006 en el diario El País, las editoriales reconocen que
lograr más de 2,000 copias con un libro puede considerarse un éxito. Piénsese
que eso no les deja ni 6,000 euros de margen total.
Ante esta dificultad, las
editoriales han optado por una estrategia que «limpie» el sector. Se trata de
lanzar el máximo número posible de títulos de modo que las pequeñas editoriales
queden ahogadas financieramente.
El otro día me presentaron a una
persona que estaba montando una editorial. Pensé que era por interés personal
hacia un tipo de libros concretos o por interés en promover un tipo de
literatura determinada que tenía poco apoyo en España. Hay personas que
emprenden en este sector, no por dinero, sino para dar a conocer a escritores
extranjeros apenas conocidos en su país. Por amor al arte; en este caso, a la
literatura. Pensé que éste era el caso de esa persona. Pero cuando le pregunté
por qué emprendía en el mundo editorial, me respondió que quería ganar dinero y
que, por lo que había oído, era relativamente sencillo hacerla en este sector. ¡Ja!
4. Requerimientos de inversión
bajos
«Recomiendo empezar con negocios
de poca inversión, originales, divertidos y beneficiosos en su amplio margen
comercial»
Si puede escoger un negocio donde
la inversión inicial sea reducida, tanto mejor. Hay quien sostiene que los
sectores con inversiones fuertes son atractivos porque la inversión inicial
constituye la mejor barrera de entrada a la competencia. Estoy de acuerdo,
siempre que se esté forrado o si disponga de mucho apoyo financiero. Pero no
suele ser el caso del emprendedor y, todavía menos, del joven emprendedor
novel.
Tengo un conocido que emprendió
un negocio que requería una inversión inicial de 2 millones de euros. Se
trataba de una cadena de tiendas. El sector no estaba en auge, no era
excesivamente rentable y, además, había que invertir fuerte para arrancar. ¿Por
qué se metió ahí? Porque estaba como loco con la idea, ¡cómo no! ¡De nuevo la
famosa idea de negocio!
Fracasó. El problema de fracasar
invirtiendo 10,000 euros o invirtiendo 2 millones de euros no es el mismo. Es
cierto eso que se dice que cuando uno suspende pagos debiendo 10,000 euros
tiene un problema y que cuando uno suspende pagos debiendo 2 millones de euros
el problema lo tiene el banco. A corto plazo, sí; pero a largo, no, porque ese
emprendedor, quizá con potencial en otra ocasión, difícilmente volverá a
obtener financiación para otra aventura.
Adicionalmente, no tiene nada que
ver el cuerpo que a uno se le queda fracasando con 2 millones de euros que
fracasando con diez mil. He conocido a emprendedores de los dos tipos. Los
segundos asumen su error y vuelven a intentado. Los primeros recuerdan aquella
época como la peor de su vida. El poso de ese fracaso es difícil de olvidar.
«Nunca más», dicen, como los gallegos con el Prestige.
5. Momento económico
Es la característica número
cinco, pero debería ser la primera en importancia. En ciclos expansivos triunfa
hasta el más tonto. De veras, el asunto no es baladí. Cuando las expectativas
de la economía son buenas, hay alegría generalizada. Se invierte, se arriesga,
se compra, se comercia, se negocia poco... En situaciones así prima la
velocidad. La velocidad de entrega, de reposición... Y se generan muchísimas
oportunidades, incluso en los sectores menos atractivos.
En 1988 conocí en la Universidad
de Michigan a un joven brasileño -de las personas más inteligentes que he
conocido- que era ingeniero industrial y que, con sólo 25 años, había inventado
y patentado unos maniquíes móviles para escaparates que tuvieron un gran éxito
en su país. Llegó a tener una fábrica con más de 50 trabajadores.
Eran los años de bonanza en
Brasil. Luego llegó la crisis y lo primero que recortaron los comercios fue los
gastos en merchandising. Si el maniquí no se mueve, es más barato y las cosas
no estaban para que los maniquíes hiciesen monadas.
Mi amigo fue suficientemente
inteligente para cerrar a tiempo. Con todo el dinero ahorrado, después de
indemnizar adecuadamente al personal, decidió pagarse un MBA en Estados Unidos.
Me dijo que mientras la situación económica no mejorase en Brasil no tenía
sentido emprender, por lo que prefería aprovechar aquellos años para aprender
gestión empresarial en Estados Unidos.
El caso es que ese brasileño
lavaba platos en un restaurante del campus para ganar dinero, pues con la
devaluación, dinero ganado en aquellos años no alcanzaba para todo el MBA y los
gastos de alojamiento.
Aquél era un emprendedor nato. No
se le caían los anillos para nada. Pocos meses antes había sido dueño de una
empresa de ingeniería que fabricaba maniquíes móviles y ahora lavaba platos. Y
sin problemas. Como buen brasileño, siempre sonreía y rebosaba optimismo.
Recuerdo que fue él quien me dijo que el principal factor de clave de fracaso de
un emprendedor es el ciclo económico en el que invierte y... desinvierte.
Eso fue sorprendente. Su mensaje
no fue sólo que había que emprender cuando la economía iba bien, sino que había
también que plantearse, cuando la economía iba mal, si era mejor desinvertir o
vender el negocio a tiempo.
Desde luego, los parámetros de
estas decisiones no eran los mismos en el Brasil de la década de 1980 que en la
España o Latinoamérica de 2007, pero no debemos subestimar este sabio consejo.
Si la economía no está muy
boyante y puede esperar a emprender, entonces tenga paciencia y espere.
6. Lugar geográfico en auge
La conclusión es muy similar a la
del anterior punto. Por encima del atractivo del sector está el atractivo del
lugar. Invierta o emprenda en regiones en desarrollo, en crecimiento, donde hay
oportunidades.
China crece un 10 por ciento
anual, Europa no llega al 2 por ciento. ¿Dónde va a ser más fácil tener éxito
independientemente del sector?
Pues eso.
7. Gestión poco profesionalizada
Hay una característica a menudo
obviada que constituye un buen generador de oportunidades, sobre todo para las
personas con buenas dotes de gestión y grandes dosis de sentido común.
Como Juanjo Nieto me dijo: «A mí
me gusta meterme en sectores donde no hay criterios de gestión. Porque eso es
para mí una ventaja competitiva. Si entro a competir en sectores donde los
técnicos son los que dominan las empresas, yo sé que puedo vencerlos gracias a
la gestión porque es la gestión la que, a la larga, hace sostenibles los
negocios. Lo importante es conocer los parámetros fundamentales que se precisan
para dominar cualquier sector. Eso es lo importante».
No está nada mal. Ni momento, ni
rentabilidad, ni tan siquiera idea de negocio. Sencillamente, escoger un sitio
donde lo que uno sabe hacer bien pocos saben hacerlo.
-RESUMEN-
Un sector de actividad atractivo
es un generador de liquidez mayor que el de un socio capitalista o una entidad
financiera.
El buen emprendedor se rodea de
circunstancias favorables. El sector de actividad es la circunstancia más
importante que rodea al emprendedor. Por tanto, ha de ser atractivo.
Incluso el mejor emprendedor, en
un sector en crisis, lo hace mal. Es tan importante la elección de dónde y
cuándo invertir, como la de cuándo des invertir.
Busque sectores que crezcan, o en
los que haya poca competencia, o que sean rentables, o que requieran poca
inversión inicial. Emprenda en ciclos económicos expansivos o en países o áreas
geográficas en auge.
Décimo FACTOR de CLAVE DE FRACASO:
escoger sectores de actividad poco atractivos.
CUARTA PARTE
No tener NIF en la cama de
matrimonio
DECIMOPRIMER ASALTO
NUNCA PONGA LOS HUEVOS EN UNA
SOLA CESTA
La importancia de diversificar al
máximo los ingresos familiares durante los primeros años
Diversificación de ingresos
Toda empresa puede precisar
cierto tiempo antes de producir beneficios. Matizaremos esto en la última
parte, pero es importante abordar algo que nunca se tiene en cuenta en las
escuelas de negocios. Se trata de la conexión que hay entre las necesidades
materiales del emprendedor y la capacidad de su negocio para satisfacerlas.
En el caso extremo, el del
emprendedor que comienza, la situación puede ser mucho más sangrante, pues
necesita una cantidad de dinero cada mes, no ya para colmar sus aspiraciones,
sino para subsistir, para vivir: hipoteca, gastos corrientes, colegios, seguros,
etc.
Hay casos donde un negocio ha
fracasado por las necesidades perentorias de la persona que lo sostiene. Casos
en los que, con un poco más de tiempo, la empresa o negocio quizá hubiese
fraguado. Pero como el emprendedor ha agotado sus ahorros y necesita seguir
viviendo, se ve obligado a buscar trabajo por cuenta ajena y a abandonar antes
de tiempo un proyecto que, con unos meses más, hubiese llegado a buen puerto.
Por eso es fundamental, antes de
emprender, poner los huevos en más de una cesta, como dice el refrán.
Hay dos modos de diversificar los
ingresos: uno a través del ahorro propio; y dos, mediante el salario del
cónyuge.
¿A qué me refiero por ahorro
propio? Pues a que es preferible no emprender hasta no contar con un «colchón»
que permita cubrir nuestras necesidades personales mientras el negocio arranca.
Y, para ello, hay que ahorrar el tiempo que haga falta antes de lanzarse a la
aventura.
Por ejemplo, recuerdo que yo
esperé varios años para iniciar mi negocio. Hice los siguientes cálculos. Yo,
en aquel entonces (año 1996 y sin hijos), podía pasar con 600 euros al mes.
Justito, pero pasaba. Lo que hice fue apartar poco a poco una cantidad que me
permitiese vivir de mis ahorros durante dos años, incluso en el supuesto de que
la nueva empresa no facturase nada. Me vendí, sin beneficios, un pisito que
había adquirido, pues no quería tener una hipoteca mientras emprendía. No
quería ataduras que me forzasen a claudicar antes de tiempo.
Eso fue una tranquilidad, pues me
dio una autonomía total a la hora de tomar decisiones. Éstas no vinieron
condicionadas por mis propias necesidades, sino por las de la empresa.
José María Ruiz Millet me dijo:
«En mi sector, la medicina, yo aconsejo siempre contar con un colchón económico
base de dos años. Y pasar cinco años más con mucha paciencia».
Pero éste puede no ser el caso de
muchas personas que o bien están en paro, o bien a duras penas pueden ahorrar
y, aun así, desean emprender.
En ese caso, la segunda opción es
apoyarse en su familia. Normalmente, en su cónyuge. Es muy arriesgado emprender
sin ahorros, y cuando la pareja no trabaja o no tiene un empleo medianamente
estable.
Por supuesto, como veremos al
final de este asalto, eso es un sacrificio para ambos. Durante un tiempo
indefinido, tendrán que vivir sólo con el sueldo de la pareja. Menos caprichos,
menos ropa, menos «muchas cosas». Pero, por lo menos, le damos autonomía al
negocio, desvincu1ándolo de las necesidades personales mínimas.
La última posibilidad, si no está
en esta tesitura, es recurrir a un crédito. En este caso, calcule muy bien,
porque si la empresa no cuaja y ha de cerrada, se encontrará sin trabajo y con
una deuda encima. Si es una persona que, por su experiencia y edad, sabe que no
le costará encontrar trabajo y que podrá luego, con parte de su sueldo,
devolver esa deuda, entonces puede plantearse esta opción. De todos modos, es
mejor jugar con los ases en la mano. Si tiene capacidad de ahorro después, es
que también la tiene ahora.
Ahorrar primero y emprender
después es siempre mejor que emprender sin ahorros y tener que trabajar por
cuenta ajena luego para devolver el dinero perdido. Bien, estos modos de
asegurarse la supervivencia durante la fase inicial de la puesta en marcha de
un negocio que he expuesto están al margen de la empresa. Existe un tercer modo
que, de hecho, debería ser el adecuado, para que las necesidades personales
queden cubiertas y que es...
Incorporar los ingresos
personales en su plan de negocio
Me explicaré. Si usted necesita
100 unidades monetarias para vivir, inclúyalas dentro del presupuesto de su
empresa. Si eso implica tener que contar con socios capitalistas, entonces
ofrezca entrar a participar a otras personas con su dinero. No se trata de
regalarles nada. Se trata, simplemente, de que un plan de negocio que no
incorpora su sueldo no es un plan de negocio realista. Y si el plan de negocio
realista supone más capital, es mejor saberlo de antemano.
Tanto en este caso como en los
anteriores, es necesario elaborar el presupuesto bajo el escenario más
pesimista. Imagine la peor situación posible y después réstele el 30 por
ciento. La mayoría de las personas tiende a hacer lo contrario, a hacer
cálculos optimistas, y luego se encuentran que donde había que ir con 100 en
realidad se necesitaban 200. Pues yo le recomiendo que vaya con 300.
Las necesidades financieras son
el primer gran enemigo del emprendedor. Antes de morir en el intento es
recomendable buscar un socio, ayuda financiera bancaria, business angels, etc.
Hay muchas alternativas.
No vivir como un empresario rico
a las primeras de cambio
En las escuelas de negocios la
empresa se considera y analiza como un ente al margen de las ambiciones
materiales de sus propietarios. Y esto no siempre es así. Infinidad de
emprendedores realizan sus planes de negocio o sitúan el nivel de sus
aspiraciones en función de sus ambiciones materiales.
Otra fuente de problemas que, si
no se corrige, también acaba provocando el fracaso es la rapidez con la que
algunos emprendedores exhiben sus primeros éxitos. Es una evidencia que una
persona jurídica suele mover más dinero que una persona física. De lo primero
que se sorprende un emprendedor es de cómo aumentan los importes cuando dejas
de venderte por horas para pasar a vender «mercancías».
Hay muchas personas que son
demasiado precoces en repartir beneficios o en poner a nombre de la empresa
automóviles u otros activos para el disfrute personal. Hay que ser
extremadamente cauto y respetuoso con la liquidez de la empresa, con las
posibles necesidades de la misma, con las eventualidades que pueden aparecer y
para las cuales una liquidez extraordinaria puede ser fundamental.
Si en el ámbito personal es
importante tener un colchón, en el de la empresa aún lo es más. Incluso los
verdaderos emprendedores recomiendan una vida austera, al menos durante cierto
tiempo. Si es necesario, aplace la compra de su piso y viva de alquiler,
véndase el coche, reduzca sus necesidades. Los primeros años son duros y es
fundamental maximizar el tiempo de autonomía económica familiar.
Apoyo familiar absoluto e
incondicional
Para terminar este asalto me
gustaría hablar de un factor absolutamente clave. Se trata del apoyo familiar.
Me gustaría comenzar con un testimonio que emociona de verdad: «Yo he vivido
situaciones dantescas. Más aún. Situaciones de verdadero pánico. Hay algo
fundamental, que es el apoyo familiar. No sería lo que soy, no hubiese obtenido
los resultados que he obtenido, sin el apoyo familiar. Has de tener una
sintonía monstruosa con tu pareja. En un momento dado, recuerdo que ya no tenía
más dinero y llamé a mi mujer, y literalmente me puse a llorar. "No
tenemos más dinero -le dije-, no hay nada en la cuenta." Ella me respondió
sin titubear: "Eso no es cierto, tenemos la casa. La vendemos, y nos vamos
de alquiler si hace falta. Tú tira que yo aguanto". No hizo falta, salí
adelante. Pero sin el apoyo de mi esposa yo hubiese tirado la toalla en aquel
momento».
Hoy esta persona goza de una
salud financiera envidiable. Pero él mismo reconoce que aquel día había
decidido abandonar. No se veía capaz de arriesgar por más tiempo la seguridad
de su familia. Pero su familia le dio apoyo.
Del mismo modo que hay una
conexión entre las necesidades personales y lo que la empresa puede brindar al
emprendedor, hay también una estrecha relación entre la familia y el proyecto.
La familia ha de estar absolutamente alineada con el emprendedor. Debe estar
dispuesta a hacer renuncias, a saber, que un miembro de la familia está
emprendiendo por el bien de todos y que, durante cierto tiempo -y a veces en un
futuro si las cosas van mal dadas-, serán parte implicada en esa aventura.
Además, ese apoyo no es solamente
un apoyo objetivo en el sentido de alinearse en las carencias, sino que también
es un apoyo psicológico. Todo emprendedor necesita esa mano en la espalda que
le ayuda a mantenerse cuando las cosas se tambalean o cuando, por mucha madera
que tenga, es preso del vértigo.
El buen emprendedor tiene tantas
ilusiones como inseguridades.
Y no se trata sólo de la pareja,
este apoyo puede provenir de cualquier miembro de la familia: «Cuando yo me
lancé, le di un gran disgusto a mi madre (a ella, como a la mayor parte de las
madres, le hubiera encantado que hubiera trabajado de funcionario o en La
Caixa). Mi padre me apoyó mucho, él me conocía y sabía que con una buena idea
tenía muchas posibilidades. Aún me acuerdo de sus palabras. "Ahora es el
momento; no tienes mujer ni hijos, todo lo que has hecho hasta ahora lo has
hecho bien. Que sepas que en casa siempre tendrás un plato en la mesa y una
cama donde dormir." Un gran tipo mi padre, en esos momentos de inseguridad
tener una persona que te comprenda y te apoye resulta muy valioso».
Sin este apoyo, el emprendedor se
puede sentir muy solo, y además tener una presión añadida, pues sabe que de la
empresa dependen las necesidades de su familia.
No dé el paso de emprender hasta
no tener este apoyo en casa. Un FACTOR de CLAVE DE FRACASO de muchos negocios
es la falta de apoyo de los familiares de la persona que los emprende.
-RESUMEN-
Las necesidades personales del
emprendedor pueden arruinar un negocio. Diversifique sus ingresos para aguantar
el máximo tiempo posible sin depender de su negocio.
Si es necesario, viva de
alquiler, y ahorre cuanto pueda antes de dejar su trabajo actual, si es el
caso.
Incorpore su sueldo en el plan de
negocio y elabore éste imaginando el peor de los escenarios posibles. Cuente
con inversores si al incluir su sueldo en el plan de negocio ve que precisa de
más capital.
No viva como un rico a las
primeras de cambio. Dele margen de maniobra a su empresa.
No emprenda sin el apoyo
incondicional de sus familiares, que deben ser conscientes de las posibles
carencias a las que ellos también se enfrentan si las cosas tardan en ir bien.
Undécimo factor de clave de
fracaso: hacer depender el negocio de las necesidades familiares y las
ambiciones materiales.
DECIMOSEGUNDO ASALTO
UN EQUILIBRISTA JAMÁS SERÁ
EMPRENDEDOR
La vida de emprendedor no es una
vida que permita equilibrar vida personal y profesional.
El motivo más alejado de la
realidad.
En el primer asalto de este libro
se habló de los diferentes motivos, que no motivaciones, que inducen a
emprender. Son muchas las personas absolutamente quemadas de la dinámica
laboral en la que están sumidos, hartas de un horario insufrible y, sobre todo,
de la sensación de dependencia que no les permite sentirse dueños de sus vidas.
Es lógico. Hay empresas donde la cultura corporativa es opresiva y asfixiante.
Empresas donde el que sale más tarde parece un héroe, o donde está muy mal
visto salir después del jefe, que es un adicto al trabajo.
El ser humano tiene una tendencia
natural a la libertad, a sentirse libre y no atado a un horario o calendario
laboral inamovible. Así que no es de extrañar que uno de los motivos
lamentables para emprender que se dan con mayor frecuencia sea la búsqueda de
un equilibrio entre la vida personal y profesional. El escritor Javier Marías
dice que se hizo escritor, entre otras cosas, para poder levantarse a la hora
que quisiera y para no tener jefe.
Emprendo para poder definir mi
horario. Emprendo para poder tomarme días de vacaciones entre semana. Emprendo
para tener control sobre mi calendario laboral. Emprendo para poder conciliar
mi vida personal con la profesional de un modo equilibrado. Equilibrio.
Un equilibrista jamás será un
emprendedor. Porque, al menos durante los primeros años -y casi siempre durante
toda la etapa emprendedora-, emprender supone una descompensación total entre
la vida personal y la profesional.
Un contrato laboral de 24 horas
al día durante 365 días al año
En una de las entrevistas me
dijeron: «Emprender es una actividad full time, full mind y full soul de
veinticuatro horas al día, los siete días de la semana durante cincuenta y dos
semanas al año. El emprendedor tendrá que estar dispuesto a perder el
equilibrio entre vida personal y profesional, al menos durante un tiempo».
Vamos a ver. No se trata de
asustar a nadie. El resultado de la tarea emprendedora es tan gratificante que
el sacrificio de emprender vale mucho la pena. Pero estas compensaciones no son
nunca las de un equilibrio entre vida personal y profesional. Sí es cierto que
uno tiene cierta sensación de libertad. El emprendedor «podría» tomarse
cualquier día libre. «Podría» tomarse días de vacaciones de vez en cuando. Pero
nunca lo hace. El hecho de saber que «podría» hacerlo ya procura cierta
sensación de control y dominio sobre la propia vida, pero la realidad es que el
auténtico emprendedor suele llegar a la conclusión de que al día le faltan
horas para trabajar.
Una de las maravillas de
emprender es que ponemos el destino o los resultados de nuestro trabajo en
nuestras propias manos. Todo depende de nosotros. No estamos en una
multinacional donde papá o mamá corporación van a protegernos de los errores
con su músculo financiero. No hay un jefe arriba a quién preguntar cuando
surgen dudas. Somos el último escalafón en la jerarquía de mando. Por encima no
hay nadie más. Y eso es una gran responsabilidad. Preciosa y estimulante, pero
una gran responsabilidad a la que resulta difícil acostumbrarse.
Desconectar de los problemas del
trabajo durante el fin de semana es algo de lo que disfrutan especialmente las
personas que trabajan por cuenta ajena. Sí, de acuerdo, hay personas
responsables que durante el fin de semana se acuerdan de vez en cuando de las
decisiones que deben tomar y de los problemas que tienen que resolver. Pero el
emprendedor se lleva todo eso a casa, más el hecho de que la repercusión de sus
decisiones afectará a un negocio que le pertenece. Y eso no hay quien se lo
saque de encima.
Emprender supondrá ir a las
barbacoas del típico domingo en casa de unos amigos y tener dificultades para
concentrarse en la conversación sobre el último gol de Ronaldinho. El
emprendedor no sólo trabaja más horas y más días que un asalariado, sino que
además tiene un tipo de preocupaciones que resulta casi imposible olvidar
cuando está fuera del trabajo. El emprendedor no desconecta jamás. Jamás. Es
como un contrato laboral draconiano de 24 horas al día durante 365 días al año.
Por eso es tan importante tener
NIF en la cama de matrimonio, porque las preocupaciones y las angustias del
emprendedor (así como sus ilusiones) van a ocupar una parte tan importante de
sus neuronas que prácticamente no tendrá temas de conversación con su pareja
que no hagan referencia al negocio. Sin darse cuenta se encontrará haciendo
comentarios sobre una u otra idea durante la cena, sobre el último producto que
puede importar de China, sobre las dudas que tiene acerca del tamaño de ese
pedido, sobre los problemas que le da tal persona contratada... Su pareja va a
acabar hasta las narices de su empresa. En algún momento llegará a sugerirle
que prefiere que lo deje todo y que vuelva a trabajar para otros porque antes
era más feliz, estaba menos preocupado y su vida era más equilibrada.
Su familia y, sobre todo, su
pareja, también en esta dimensión ha de estar alineada con el proyecto, porque
éste va a requerir mucho tiempo y esfuerzo. Así que hay que tener una gran
sintonía.
Por las noches no contará
corderitos para conciliar el sueño. Nunca más le harán falta pastillas para
dormir. Porque preferirá mantenerse despierto y pensar en su empresa y en todas
las cosas que ha de decidir. Y se dormirá cada noche con esos pensamientos.
Dormirá como un bendito, agotado de pensar, pensar y pensar. Esto de emprender
es como saltar en paracaídas. No te das cuenta de dónde te has metido hasta que
no se abre la compuerta lateral y el monitor dice que ha llegado el momento.
Así que, entre las satisfacciones
que le dará la acción de emprender, no se encuentra la del equilibrio entre su
vida personal y profesional. De hecho, su vida va descompensarse en cuanto
emprenda. Tendrá sensación de libertad, pero menos tiempo y días de vacaciones
que nunca. Por eso, si lo que busca es equilibrio, abandone ahora porque está saliendo
de Guatemala para irse a Guatepeor. Por lo menos en esa dimensión.
No emprenda para «arreglar» su
vida personal, sino por la satisfacción que le produce la aventura de
emprender. Porque de veras que no hay mayor satisfacción que la del emprendedor
que logra hacer funcionar con éxito su negocio, sea este grande o pequeño.
-RESUMEN-
Muchas personas emprenden para
poder conciliar su vida personal y profesional, pero emprender es todo lo
contrario. Supone inundar tu vida personal de los problemas de tu vida
profesional.
Emprender proporciona muchas
satisfacciones, pero éstas son distintas a las de la obtención de tiempo
personal.
Duodécimo FACTOR de CLAVE DE
FRACASO: emprender sin asumir el impacto que tendrá sobre nuestro equilibrio
vital.
QUINTA PARTE
Emprender es fácil, lo difícil es
crecer
DECIMOTERCER ASALTO
LAS VENTAS NOS ESCLAVIZAN Y LOS
BENEFICIOS NOS REALIZAN
Un negocio que no da beneficios
desde el principio no suele darlos más tarde
Nos adentramos en la última parte
de este ensayo. En esta última parte quisiera hablar de los FACTORES CLAVE DE
FRACASO que se producen cuando parece que el negocio ha arrancado bien.
Llevamos entre uno y dos años, y muchas de las cosas van cuajando. Las
estadísticas de mortandad de nuevas empresas indican que montar un negocio es
relativamente sencillo. Un año, más o menos, lo aguanta casi todo el mundo. Los
problemas suelen surgir a partir del segundo. Los aspectos que hemos abordado
anteriormente: las divergencias con socios, la necesidad de modular la idea
inicial o la erosión de la economía familiar pueden ocurrir tanto al inicio
como más adelante. Pero los problemas que se van a tratar en esta última parte
se dan única y exclusivamente a partir del segundo año de funcionamiento.
Planes, objetivos y otros bla,
bla, bla
Ya escribí en los preliminares
que no hay nada más absurdo que hacer planes. Los planes no sirven para nada. O
para casi nada, como matizaré enseguida. El motivo de esta polémica afirmación
es que la realidad nunca es la que planeamos. Jamás. Peter Drucker, uno de los
mayores pensadores en gestión empresarial, dijo que «un plan no es para que se
cumpla, sino para actuar cuando no se cumple».
Los planes tienen, bajo mi punto
de vista, una utilidad principal. Sirven para calcular lo que denominó «puntos
críticos de inflexión en la dimensión de negocio». Este nombre tan rimbombante
es algo muy sencillo. Es muy habitual que una empresa que funciona como un
reloj y cuyo engranaje está bien diseñado entre en crisis cuando crece. La
maquinaria que resultaba útil facturando 100 no es eficiente a partir de 200. Y
cuando uno encuentra un diseño organizativo o modelo de negocio válido para
facturar 200 descubrirá que a partir de 300 ese diseño es de nuevo ineficiente.
Los procesos han de ser distintos, también el perfil de ciertas personas que
ocupan algunos cargos, las necesidades de financiación, los flujos de caja, de
cobros y pagos, incluso las propias funciones del fundador o emprendedor.
En mi opinión, hacer planes
sirve, sobre todo, para identificar cuáles son las cifras de ventas a partir de
las cuales habrá que tomar ciertas decisiones. Un plan de negocio te da una
orientación de cuánto puedes gastar y cuánto puedes invertir. Son cifras que el
emprendedor tiene muy claras en la cabeza en las situaciones estáticas. Pero en
la práctica, en pleno cambio o crecimiento, es mucho más complicado ser
consciente de las decisiones críticas que hay que tomar y de los cambios que
deben implementarse para sobrevivir al incipiente éxito.
Crear una empresa no es tan
complicado. Lo verdaderamente difícil es gestionar su crecimiento. Éste es un factor
de clave de fracaso clarísimo. Hay emprendedores geniales a la hora de
identificar buenas ideas de negocio y hacerlas realidad, pero que son un
desastre para gestionar el crecimiento de sus empresas. Volveremos sobre esto
en el último asalto.
Beneficios en el tercer año. ¿Y
por qué diablos?
Cuando se realizan planes y
objetivos hay una tendencia a postergar la obtención de beneficios. Cuando me
han presentado planes de negocios, a menudo he visto hojas de cálculo donde el
primer año la última línea de la cuenta de resultados ofrece una cifra negativa
bastante elevada. El segundo año sigue siendo negativa, pero menos. Y el tercer
año ya se vislumbran beneficios. Casi siempre es lo mismo. Parece que si no se
pierde dinero los dos primeros años los números están mal hechos.
Todos los emprendedores que
planifican así el futuro deberían hacerse una pregunta. Imagine que quiere que
su negocio le dé beneficios desde el primer año. ¿Qué debería cambiar en su
plan?
La respuesta más habitual es que
eso es imposible.
No estoy de acuerdo. A ver, es
cierto que hay negocios que requieren una inversión inicial tan fuerte que ni
siquiera las ventas del primer año pueden poner esta cuenta de resultados en
positivo. De acuerdo, una central nuclear no da beneficios el primer año. Pero
el buen emprendedor es también un buen gestor, una persona que controla muy
bien el gasto necesario y sabe distinguido del innecesario. Cuando las cosas
vayan mejor, ya nos permitiremos ciertas licencias, pero en los primeros
compases hay que procurar, incluso aunque haya que montar todo un local, que
enseguida se produzcan beneficios. No se trata de ser un tacaño, se trata,
repito, de saber diferenciar las inversiones o gastos ineludibles y que mayor
impacto tienen sobre las ventas, de los gastos que son prescindibles o
postergables y que, además, apenas inciden sobre el valor que el cliente
percibe en nuestro producto o servicio.
Además, creo que cuando un modelo
de negocio no da beneficios rápidamente es difícil que los dé más tarde. Algo
falla en él. El emprendedor, ante las primeras pérdidas, se aferra a su hoja de
cálculo y respira tranquilo porque proyectó dos años de pérdidas. ¿Qué sucederá
si el tercer año aún no obtiene beneficios? En esto de emprender hay que
develar lo antes posible si el modelo de negocio que hemos diseñado hace viable
la idea de negocio.
Las ventas esclavizan y los
beneficios realizan
Lo importante no es facturar
mucho, sino ganar dinero y, de nuevo, lo antes posible. Conozco el caso de dos
empresarios hermanos que facturaban 20 millones de euros con su negocio textil,
pero apenas ganaban medio millón al final del año.
La empresa era grande, tenía un
número importante de trabajadores y el esfuerzo en horas de gestión era
descomunal.
La facturación de un negocio es
directamente proporcional al número de problemas y dolores de cabeza.
Durante mucho tiempo pensaron que
era imposible facturar menos. Los bancos se asustarían y les retirarían las
líneas de crédito. Ambos hermanos pensaban que mostrar una evolución donde las
ventas se erosionan era un fracaso y una amenaza. Su calidad de vida era
desastrosa. Apenas dormían y se veían obligados a solucionar un sinnúmero de
problemas diarios.
Un día se les ocurrió hacer un
análisis de sus clientes. Uno por uno. Y se dieron cuenta de que había muchos
clientes, casualmente los que más quebraderos de cabeza les daban, los que más
se quejaban y más descuentos pedían, que apenas dejaban margen, a veces,
incluso por morosidad y retrasos en los pagos.
En cambio, había toda una serie
de clientes que, por el motivo que fuese, pagaban más, mejor y generaban menos
problemas. Al hacer un análisis de ventas e imputación de costes, cliente a
cliente, llegaron a la conclusión de que perdían dinero con muchos clientes.
Eso significaba que los buenos clientes financiaban los precios competitivos y
condiciones draconianas de los otros.
Después de mucho pensárselo y
exponiendo previamente sus planes al banco que les daba el capital circulante
que necesitaban para funcionar, decidieron quitarse de encima los peores
clientes y pasar de 20 a 15 millones de euros de facturación.
Los problemas del día a día
disminuyeron, los propietarios pudieron centrarse en pensar e innovar para el futuro
y los beneficios aumentaron de 500,000 euros a 1,5 millones de euros. Pudieron
evitar muchos fines de semana de trabajo y llegar a sus domicilios a cenar a
horas algo más decentes.
El año siguiente, decidieron
quitarse de encima 5 millones más de facturación y girar la mitad que dos años
antes. Su calidad como empresa aumentó, también su calidad de vida y, lo más
importante, los beneficios subieron. En la última conversación que tuve con
ellos me aseguraron que querían facturar 8 millones de euros, pero que no
sabían cómo hacerlo porque ello afectaría a clientes muy antiguos a los que no
querían dejar colgados. No obstante, me dijeron que a poco que pudiesen lo
harían. Y añadieron: «Mantener unas ventas tan altas nos esclavizaba. La
felicidad no está en la facturación, sino en el beneficio».
En las escuelas de negocios se
inculca eso de «crecer o morir». Y un pimiento. El crecimiento no siempre es
obligado. El buen emprendedor sabe encontrar el tamaño que mejor se adapta a
sus capacidades y las del modelo de negocio que ha creado. Crecer es bueno,
pero no siempre es necesario, y según cuándo, puede ser la ruina.
José María Ruiz me dijo: «La
dificultad estriba en mantener a lo largo del tiempo la motivación que generó
el proyecto y no traicionar algo tan vulnerable como el concepto de
"éxito" que se consideró en un inicio».
Modelo de negocio
Eso nos lleva a una cuestión
esencial en la tarea del emprendedor, que es el diseño del modelo de negocio
del que hablábamos antes. El emprendedor, además de ser una persona con una
mirada singular sobre una idea corriente, es también alguien que sabe diseñar
el modelo de negocio adecuado para esa idea.
El modelo tiene que ver con la
forma de la idea, pero no sólo con eso. Por modelo de negocio me refiero a la
combinación entre la idea y el modo de concebir el mundo de la empresa. Digamos
que es cómo la forma de la idea se relaciona con los elementos que definen un
negocio: proveedores, clientes, instalaciones, relaciones laborales, parte
financiera, entorno...
Como dijimos en el octavo asalto,
toda idea tiene uno o varios modelos de negocio que la hacen sostenible, pero
también varios modelos de negocio que la hacen inviable. Por tanto, la forma de
la idea tiene que ver con su puesta en valor y con la capacidad de enmarcada en
un modelo de negocio que le es afín. Dicho de otro modo, hay muchas ideas que,
sin cambiadas, pero con otro modelo de negocio distinto, no hubiesen fracasado.
Pues bien, el mejor modelo de
negocio no es aquel que más crecimiento proporciona, sino aquel que más fácil y
rápidamente genera beneficios dentro de una sostenibilidad.
El buen emprendedor dedica tanto
tiempo a pensar en la idea y la forma de ésta como en el modelo de negocio que
ha de acogerlas. Y lo hace sin perder de vista que el mejor diseño es siempre
el más rentable y sostenible.
-RESUMEN-
Hacer planes sirve principalmente
para detectar momentos en los que habrá que modificar el modelo de negocio con
el cual se arranca. El modelo de negocio es el marco empresarial que acoge la
idea. A cada idea le corresponden modelos inviables y modelos que la hacen
sostenible.
El modelo de negocio más adecuado
a la forma de su idea es el que da beneficios más rápidamente y es sostenible a
medio y largo plazo. La sostenibilidad es más importante que el crecimiento.
Decimotercer factor de clave de
fracaso: crear modelos de negocio que no dan beneficios rápidamente y de modo
sostenible
DECIMOCUARTO ASALTO
DIOS DIJO HERMANOS, PERO SON
PRIMOS
La diferencia entre empresario y
emprendedor
Abandonar a tiempo
Finalizo este ensayo con algo
fundamental en los negocios y también en muchos otros ámbitos de la vida, como,
por ejemplo, el juego. La virtud de retirarse a tiempo.
No me refiero a retirarse en el
sentido de jubilarse, sino en el sentido de que hay momentos, por ejemplo,
cuando la empresa va muy bien, en los que el emprendedor ha de plantearse si
tiene que ser él quien continúe al frente del negocio.
¿Y por qué? Pues porque hay que
distinguir entre emprendedor y empresario. No es lo mismo. El emprendedor es una
persona que disfruta emprendiendo, es decir, creando cosas. El empresario es
alguien a quien le apasiona generar crecimiento y, sobre todo, gestionar.
Gestionar es importante para
emprender., pero en el caso de crecer es condición esencial. O uno sabe gestionar
bien o no sabrá crecer y cometerá errores que pueden abocarle al fracaso. No
todo emprendedor es un buen gestor del crecimiento. O porque no sabe hacerla, o
porque no le gusta.
Yo tuve la ocasión de
experimentar esta sensación en mis propias carnes. A mí me gusta mucho crear
negocios, pero cuando éstos adquieren cierto tamaño me aburre gestionarlos. Y
me aburre tanto que puedo incluso llegar a hacerla mal a pesar de saber cómo
hacerla. Cuando llevaba siete años al frente de mi negocio, decidí, junto a mis
socios, que debíamos salir de la gestión en el plazo de tres años. Preparamos
adecuadamente el terreno y hoy estamos sólo en el accionariado y en el consejo
de la empresa que fundamos y que, con tanto esfuerzo e ilusión, levantamos.
En estos momentos me dedico a
emprender otros negocios distintos, así como a escribir, que es otra de mis
pasiones.
Emprender me divierte y gestionar
me aburre, y ya hemos visto que cuando uno se dedica a lo que le gusta es
cuando tiene más posibilidades de que le vayan bien las cosas.
Pero la razón por la cual un
emprendedor no siempre es buen empresario no se limita únicamente a si sabe o
le gusta gestionar. Hay muchas empresas llenas de condicionamientos negativos
debido a que el emprendedor que levantó aquel negocio sigue metido dentro. El
emprendedor arrastra la memoria histórica, y ésta, que durante mucho tiempo fue
una ventaja, a partir de cierto momento, si no es un buen empresario, se
convierte en un lastre.
No estoy diciendo que todo
emprendedor, al cabo de un tiempo, tenga que dejar la empresa que creó. Hay
infinitos casos de personas que crearon y levantaron imperios, y que siempre
estuvieron al frente de los mismos. Para que cuajaran y para que creciesen.
Eran personas singulares. Emprendedores y empresarios a la vez. A lo que me
refiero es que cuando un negocio crece mucho, uno debe valorar si él sigue
siendo la persona más adecuada para seguir al frente del mismo, ya sea por las
nuevas competencias que se precisan en esa nueva etapa, ya sea porque gestionar
el crecimiento no le guste, o porque su modo de ver las cosas deja de tener
vigencia en el momento actual.
Y ésta es la reflexión que tiene
que hacer un emprendedor. Y si llega a la conclusión de que a partir de cierto
momento es mejor dejar la gestión o la dirección del negocio que fundó en manos
de un director general independiente, no ha de temblarle el pulso.
¿Y cuándo es «a tiempo»?
No hay un momento determinado. No
es en el cuarto año, ni a partir de que se tripliquen las ventas o cuando se
internacionalice la empresa. Cada emprendedor es suficientemente inteligente
como para darse cuenta de cuál es el momento.
Cuando yo decidí poner la gestión
de la empresa que creé en manos de otros directivos, mi mujer me preguntó si no
me daba pena. Abandonaba la dirección del que había sido mi proyecto vital
durante 10 años de mi vida, el proyecto en el que me había dejado,
literalmente, la piel; el mismo que ella sufrió con las interminables
inquietudes y decisiones con las que le aburrí durante tantas horas. Ése es el
problema. El emprendedor suele desarrollar una simbiosis con su negocio. Una
especie de dependencia mal entendida. Su vida es su empresa, y si otro la
gestiona, se queda sin vida.
La atadura emocional de un
emprendedor con el negocio que creó es demasiado grande como para encontrar el
momento de abandonar cuando, precisamente, las cosas van bien.
Éste es el último factor de clave
de fracaso: querer seguir dirigiendo y mandando cuando uno ya no es el más
indicado para llevar la empresa.
-RESUMEN-
Hay que distinguir entre
emprendedores y empresarios. Al primero le gusta crear. El segundo sabe
gestionar y hacer crecer el negocio y disfruta con ello. Si éste es su caso, si
usted es emprendedor, pero no es empresario, prepare el terreno cuando detecte
que se aproxima el momento de dejar de estar al frente de su empresa.
No permita que las ataduras
emocionales que le unen a su negocio le impidan dar ese paso, si es que la
evidencia demuestra que es lo mejor que puede hacer.
Decimocuarto factor de clave de
fracaso: ser emprendedor y no empresario, y no retirarse a tiempo.
DESPEDIDA
Bien, aquí termina el libro.
Espero no haber sido demasiado
crudo, y si en algún momento ha tenido la sensación de que exponía vivencias
personales que no debía, le pido disculpas. No lo he hecho para mirarme el
ombligo, sino para fundamentar a los ojos del lector mis opiniones.
Ahora que he acabado el
manuscrito, me doy cuenta de que en realidad éste no es el libro negro del
emprendedor, sino que es el libro negro, la bestia negra, del falso
emprendedor. Al auténtico no le hará mella nada de lo que aquí se ha expuesto.
Para un emprendedor de verdad este libro es tan inofensivo como el «hombre del
saco» para un adulto.
Llamo rápidamente a la editorial.
Les digo que quiero cambiar el título. Me he equivocado. Tiene que titularse El
libro negro del falso emprendedor.
Me dice mi editor que no hay
tiempo. Las cubiertas están ya imprimiéndose.
Demasiado tarde para mí.
Espero que no para usted.
Y si lo es, tenga en cuenta lo
que me dijo Xavier Gabriel: «Fracasar no es perder. Es no haberlo intentado».
Consejo final: tu enemigo eres tú
mismo. El desconocimiento de tu propio desconocimiento es la fuente de todos
los fracasos.
Entra sólo a ganar, no a probar.
Y es que, emprender, como vivir y
amar, es sólo una cuestión de voluntad.
Fernando Trías de Bes Puigcerda,
1 de febrero de 2007
RESUMEN:
LOS FACTORES CLAVE DE FRACASO
Respecto a la persona que
emprende:
1. Emprender con un motivo, pero sin una motivación.
2. No tener carácter emprendedor.
3. No ser un luchador.
Respecto a los socios:
4. Contar con socios cuando en realidad puede prescindir de
ellos.
5. Escoger socios sin definir criterios de elección
relevantes.
6. Ir a partes iguales cuando no todo el mundo aporta lo
mismo.
7. Falta de confianza y comunicación con los socios.
Respecto a la idea de negocio:
8. Pensar que de la idea depende el éxito.
9. Adentrarse en sectores que no gustan o se desconocen.
10. Escoger sectores de actividad poco atractivos.
Respecto a la situación familiar
del emprendedor:
11. Hacer depender al negocio de las necesidades familiares y
ambiciones materiales.
12. Emprender sin asumir el impacto que tendrá sobre nuestro
equilibrio vital.
Respecto a la gestión del
crecimiento:
13. Crear modelos de negocio que no dan beneficios rápidamente
y de modo sostenible.
14. Ser emprendedor y no empresario, y no retirarse a tiempo.
Puede votar su acuerdo o
desacuerdo con este diagnóstico entrando en:
www.triasdebes.net
CUESTIONARIO ESTÉRIL
Si quiere conocer su probabilidad
de éxito, responda a las preguntas de este cuestionario.
1. ¿Le hace una ilusión loca,
irracional, infinita este proyecto, le «pone a cien»?
Sí 10 puntos
No -10 puntos
2. ¿Está entrenado para soportar
la presión, tiene capacidad de aguante?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
3. ¿Ha considerado seriamente que puede fracasar?
Sí -3 puntos
No 3 puntos
4. ¿Está seguro de que su idea es absolutamente imbatible?
Sí 2 puntos
No -2 puntos
5. ¿Puede escribir en menos de
dos líneas por qué es imbatible?
Sí 8 puntos
No -8 puntos
6. ¿Tiene ya el compromiso de
asociar a personas que de momento no le han aportado nada?
Sí -10 puntos
No 10 puntos
7. ¿Ha planteado a sus socios su
remuneración?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
8. ¿Ha planteado a sus socios el
precio que le han de pagar por sus aportaciones?
Sí 2 puntos
No -2 puntos
9. ¿Le chifla el sector en el que
va a emprender?
Sí 10 puntos
No -10 puntos
10. ¿Es un sector donde se gana
dinero, es un buen momento económico?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
11. ¿Tiene el doscientos por cien
del apoyo en casa?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
12. ¿Tiene ingresos familiares
suficientes para el doble de tiempo que prevé que tardará en tener beneficios?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
13. ¿Sabe gestionar? ¿Es bueno
gestionando y organizando cosas?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
14. ¿Se ha asustado en algún
momento leyendo este libro?
Sí 5 puntos
No -5 puntos
15. Al haber acabado, ¿quiere aún
seguir adelante?
No No sume los puntos anteriores.
Déjelo.
No lo tengo claro No sume los puntos anteriores y
tómese un par de meses.
Sí No sume los puntos anteriores
Y... ¡adelante!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario